domingo, 27 de diciembre de 2015

A gobernar, a gobernar, hasta enterrarlos en el mar

Las elecciones del 20D han dibujado un juego partidario complejo, pero un horizonte político clarísimo. ¿Qué es lo que, en mi opinión, ha quedado claro?
1. El PP ha perdido unas elecciones que, por su abusiva manera de utilizar la mayoría absoluta de la que ha disfrutado durante la recién terminada legislatura, había convertido en plebiscitarias. La cultura política del pacto y el acuerdo no es cuestión de aritmética (como no me da con mis votos, habrá que buscar un apoyo) sino de ética, de convicción democrática. Y el PP ha demostrado que carece por completo de esta convicción. A lomos de una mayoría que sólo podría ser coyuntural, ha gobernado como si no existiera un mañana, aplicando sin rubor la política más ideológica, menos compartida en el parlamento y más contestada en la calle que jamás hemos conocido en este país.
El PP ha obtenido 7.204.680 votos, el 28,72% de los sufragios. Son muchos votos, y le convierten en el partido más votado. Aún así, en relación a las anteriores elecciones de 2011 el PP ha perdido 3.681.886 votos y 16 puntos porcentuales (en 2011 logró el 44,63% de todos los sufragios). Siete de cada diez electores le han dicho “no”. Estas han sido unas elecciones de cambio.
2. También ha quedado claro que 11.661.616 electores han optado por las candidaturas de PSOE, Podemos e IU-UP, casi 3 millones más de votos de izquierda que los conseguidos por PSOE e IU en 2011. En conjunto, el 46,29% de las y los votantes han votado en clave de izquierda, a unos partidos que, aunque con muchas y profundas diferencias entre sí, llevaban en sus programas propuestas de cambios normativos más que sustantivas, coincidentes todas ellas en la negación de las principales políticas aplicadas por el gobierno de Rajoy.
3. En estas circunstancias, cualquier posibilidad de que el PP vuelva a gobernar España debería quedar descartada. El cambio reclamado por la ciudadanía sólo puede significar sacar al PP del gobierno. Esta es la condición necesaria, aunque no suficiente, para no traicionar los resultados del 20D. Para ello, cada una de las tres fuerzas de la izquierda tendrá que hacer no sólo lo posible, sino lo necesario para proponer una alternativa de gobierno viable y estable.
4. Los nacionalismos vasco y catalán (PNV, EHB, G-Bai, CiU/DiL, ERC) han obtenido 278.805 votos menos que en 2011. Por ello, aunque las reivindicaciones nacionalistas sean un problema político al que el próximo gobierno de izquierda habrá de dar una respuesta que lo resitúe definitivamente en una clave de solución democrática y consensual (y, por tanto, en una clave no nacionalista), estas reivindicaciones no son la principal demanda a la que tendría que responder.
5. España necesita tres grandes reformas. La primera y fundamental, una reforma productiva que afronte (que empiece a afrontar) los retos de la transición hacia un modelo productivo basado en la sostenibilidad ecológica y en la justicia global.  La segunda, una reforma social que reparta todos los trabajos socialmente necesarios, combata las exclusiones de la ciudadanía por razón de género o de origen y garantice las condiciones materiales para la vida digna. La tercera, una reforma territorial que suture de una vez los rotos que han provocado tanto la histórica construcción imperial de la nación española de ayer como las evanescentes emociones identitarias de hoy.
6. Aunque considero las otras dos reformas más importantes, creo que esta tercera puede dar al traste con la posibilidad misma de constituir una alternativa y un gobierno de cambio. Por ello, apunto una breve reflexión al respecto.
Para encarar esta reforma el PSOE tendrá que abandonar de una vez por todas esa cómoda posición en la que se ha mantenido desde la transición, caracterizada por una ambigüedad ante el nacionalismo que, si al menos hubiera sido calculada, ofrecería hoy una base mínima para  empezar a caminar. Pero no ha sido así.  Salvo excepciones como la de Ramón Jáuregui (que al menos ha intentado armar un discurso argumentado al respecto), el socialismo español ha oscilado entre el negacionismo del problema nacionalista al tiempo que se mercadeaba con nacionalistas vascos y catalanes para apoyarse en el gobierno, y el declaracionismo estéril, como la denominada “Declaración de Granada” de 2013 que, si bien tiene aspectos de interés, ha carecido del más mínimo desarrollo práctico: como si por el hecho de escribir “federalismo”, este se realizara. Por ello, en esto el PSOE debe empezar desde cero, o desde menos cero, a tenor del encendido españolismo que destilan algunas intervenciones recientes de sus barones y baronesas territoriales.
El problema de Podemos es parecido en cuanto a la falta de cálculo, aunque en este caso su punto de partida no esté en el cero, sino en el cien, cada vez más entrampado en una cháchara nacionalista sobre el “derecho a decidir” de la que debería salirse lo antes posible. Para ello, en sintonía con sus alianzas territoriales, particularmente en Cataluña, Podemos tiene la responsabilidad de construir una alternativa a la “economía moral del nacionalismo”, planteando una reforma normativa que posibilite la “secesión bilateralmente pactada”, según el modelo canadiense.
7. Como decía al comienzo de esta reflexión, puede que el escenario postelectoral del 20D dibuje un escenario endemoniado para los partidos de izquierda, especialmente para PSOE y Podemos, que habrán de enfrentarse en primer lugar a sí mismos y a sus respectivos fantasmas ideológicos y estratégicos. Pero todo lo que no sea gobernar desde la izquierda las imprescindibles reformas que este país necesita alimentará una crisis democrática que ni siquiera una posible victoria pírrica de la izquierda emergente en una “segunda vuelta” podrá resolver.

Y para hacerlo más difícil, pero más estable, incorporando en la deliberación a todos, también a los perdedores. “Nadie, nadie, nadie, que enfrente no hay nadie…”.
>> Publicado en EL DIARIO NORTE.

sábado, 26 de diciembre de 2015

Otra de lecturas variadas... ¡Marchando!


Lecturas variadas, muy variadas, de las últimas semanas. Por comentar...
Empezamos por la ficción:

Andrea Camilleri. La banda de los Sacco. Destino, Barcelona 2015.
Recreación de una historia real, la de la familia Sacco (Luigi y Antonina, y sus hijos Vincenzo, Salvatore, Giovanni, Girolamo, Filomena y Alfonso) enfrentados en la mafia siciliana desde mediados del siglo XIX hasta la época de la Italia fascista. Una familia honrada y trabajadora, de raíces socialistas, que se niega a plegarse al chantaje mafioso y a sus conexiones con el poder político.Un ejemplo tan incómodo para esos poderes político-mafiosos como iluminados para el pueblo llano:
"Pero la orden es que hay que coger a los Sacco, vivos o muertos. También porque ahora hay quien sostiene que, si en la época de la marcha sobre Roma todos los socialistas hubieran actuado como están haciendo ahora los Sacco, el fascismo nunca habría alcanzado el poder".
Se lee de un tirón. Hace que sintamos la impotencia inicial de los Sacco, amenazados por la mafia y abandonados por el Estado, luego su indignación, y que los acompañemos en su empecinada resistencia.

Hugo Bettauer. La ciudad sin judíos. Periférica, Cáceres 2015.
Tras la Primera Guerra Mundial la ciudad de Viena decide cambiar sus leyes para poder expulsar a todos los judíos que viven en ella. Al principio todo es alegría: ya no tienen que repartir lo suyo con nadie, y menos aún con esos judíos que, incansables, abren negocios, crean fábricas, construyen viviendas, compran todo tipo de productos. A partir de ahora todo será para los auténticos vieneses:
"La policía ha infiltrado a cien hábiles agentes en las multitudes para que recojan impresiones. Sus informes coinciden en que la población cristiana se encuentra francamente presa de un delirio de alegría y espera el pronto arreglo de la situación, un abaratamiento de los alimentos y una distribución más igualitaria del bienestar. También en el colectivo obrero, todavía de afiliación socialdemócrata, la satisfacción por la marcha de los judíos es mayúscula".
Pero las cosas cambiarán, vaya si cambiarán
Publicara originalmente en 1922, esta novela anticipa lo que luego ocurrirá en toda Europa. Desgraciadamente, la historia real tendrá un final muy distinto del de la novela.

Éric Vuillard. Tristeza de la tierra. La otra historia de Buffalo Bill. Errata Naturae, Madrid 2015.
Es un relato hermosísimo. Crítica del exterminismo asociado al progresismo de la Revolución industrial, Buffalo Bill cruza su camino con la Exposición Universal de 1893:
"Vemos, pues, que el espectáculo y las ciencias humanas se iniciaron en los mismos expositores, con curiosidades arrebatadas a los muertos. Hoy en día, en las estanterías de los museos de todo el mundo no se encuentran más que despojos, trofeos. Y los objetos negros, indios o asiáticos que en ellos admiramos fueron sustraídos a cadáveres".
Crítica también de una forma "buffalo-billesca" de entender la historia como espectáculo comercial, anticipo de Hollywood y de los partes temáticos; caricatura y burla de las víctimas:
"Unos cuantos indios dan vueltas en torno a los rangers gritando como Buffalo Bill les ha enseñado. Se dan palmadas contra la boca y: ¡auu, auu, auu! Brota una especie de grito salvaje, inhumano. Pero ese grito de guerra no se ha emitido ni en las Grandes Llanuras, ni en Canadá, ni en ninguna otra parte: es pura invención de Buffalo Bill. Y ellos aún no saben que tendrán que lanzar sin cesar ese grito teatral, ese formidable hallazgo de titiritero, en todas las puestas en escena donde los contraten para que hagan de figurantes de su propia desgracia. Sí, aún ignoran la suerte que correrá el truco inventado por Buffalo Bill; no pueden ni imaginarse que todos los niños del mundo occidental, a partir de entonces, harán vibrar la palma contra la boca, en corro alrededor del fuego, para "gritar como los siux" ".
Reivindicación conmovida de los parias, los pobres, los perdedores de la historia oficial y del Progreso:
"En todos los cementerios hay una división para los pobres, una parcelita mal cuidada, recubierta de una pesada trampilla, sin cruz, sin nombre, sin nada. A veces reposa sobre la tierra un guijarro, un ramillete seco, alguien escribe con tiza una fecha o un nombre en el suelo. Eso es todo. No existe nada más conmovedor que esas tumbas. Son quizá las tumbas de la humanidad. Hay que quererlas mucho".

Peter Zuckerman y Amanda Padoan. K2. Enterrados en el cielo. Capitán Swing, Madrid 2015.
Imprescindible para quienes sentimos pasión por la montaña. Con su parte de crítica a la banalización comercial de la alta montaña y a la degeneración del espíritu del montañismo provocada en parte por esta comercialización:
"La muerte de David Sharp en el año 2006 representó el paradigma de esta degeneración. Sharp, un profesor de matemáticas, de treinta y cuatro años, estaba descendiendo de la cumbre del Everest cuando cayó, todavía atado a la cuerda fija, a menos de doscientos metros por encima del campamento más alto. Durante las doce horas siguientes, mientras él yacía moribundo, al parecer pasaron por su lado nada menos que cuarenta escaladores ansiosos de cumbre. Algunos testigos afirman que creyeron que Sharp estaba simplemente descansando. Otros dijeron que se advertía que corría grave peligro y que podría haber sido rescatado si cualquiera se hubiera propuesto ayudarlo. Nadie hizo el menor esfuerzo hasta después de haber descendido de la cumbre, pero para entonces ya era demasiado tarde. Se había dejado morir a Sharp: la fiebre de cumbre había ganado la baza al mero sentimiento de humanidad".
Pero, sobre todo, aventura en estado puro y cercanía etnográfica a una cultura y una forma de vida, la del pueblo Sherpa.

Lee Child. Zona peligrosa. RBA, Barcelona 2015.
Primera novela de la serie protagonizada por el nómada ex policía militar Jack Reacher. Empecé la serie por la última de las historia publicadas en España, la titulada Personal. Me gusto bastante más que esta primera. Pero se lee bien, la trama está bien construida y el personaje ya empieza a coger peso.

Don Winslow. En lo más profundo de la meseta solitaria. Penguin Random House, Barcelona 2015.
Tercera entrega de las peripecias del extraño detective Neal Carey, a sueldo de Amigos de la Familia, "unidad secreta del Banco para resolver problemas difíciles para sus mejores clientes", aunque lo que a él le gustaría realmente es investigar en su tesis doctoral "Tobias Smollett, el marginado de la literatura inglesa del dieciocho", matriculada en el departamento de lengua inglesa de la Universidad de Columbia. En esta aventura, la búsqueda del hijo de una conocida actriz de Hollywood, desaparecido junto con su ex marido mientras el niño lo visitaba, lo lleva hasta Nevada. Allí sus pasos se cruzarán con una organización neonazi... No es ni El poder del perro ni El cártel, es una serie mucho más ligera, pero el pulso de Winslow está presente en cada página. Muy entretenida.

Craig Johnson. Los mocasines de otro hombre. Siruela, Madrid 2015.
El cuarto relato de las historias en las que se ve envuelto el sheriff Walt Longmire, del condado de Absaroka, en Wyoming. Un territorio despoblado y salvaje, con una amplia comunidad de indios (su mejor amigo, Henry Oso en Pie, es un personaje logradísimo) y una cierta presencia vasca, como el sheriff de Powder Junction Santiago Saizarbitoria. El pasado de Longmire como investigador del Cuerpo de Marines durante la guerra de Vietnam retorna con motivo de la aparición del cadáver de una joven asiática. La principal característica de Longmire, su  humanidad, su capacidad de ponerse en el lugar de los otros, es la seña más identificable de las novelas de Johnson. Como dice Oso en un momento de la novela: "Como decimos los indios, no es la primera vez que te calzas los mocasines de otro hombre". Ya tengo ganas de leer la quinta.

Continuamos con el ensayo y la no-ficción:

Petra Hartlieb. Mi maravillosa librería. Periférica, Cáceres 2015.
En alguna reseña decían que tras su lectura te entraban unas ganas incontenibles de montar una librería. Es verdad. La historia de esta librería de Viena y las peripecias de su propietaria constituyen una lectura agradabilísima.Y su crítica de Amazon explica en muchos aspectos el retrato del "cliente infiel" que dibujaban las libreras de Negra & Criminal cuando anunciaron el cierre definitivo de su librería. Escribe Hartlieb:
"La competencia ya no está en los grandes centros comerciales; la competencia de todas las librerías, da igual que sean grandes o pequeñas, está en internet y se llama Amazon. La alimenta la comodidad y la irreflexión de quienes llenan su cesta de la compra con unos cuantos clicks en vez de a la vez que vacían su cuenta corriente, de quienes no salen de casa o de la oficina porque ya no tienen tiempo o porque se imaginan que ya no lo tienen. Uno o dos días después del pedido, tres a lo sumo, un mensajero les trate hasta la puerta de su vivienda libros, prendas de vestir, zapatos, cedés, tostadoras, lo que sea".
¡Vivan las maravillosas librerías!

Alfonso Armada. Sarajevo. Diarios de la guerra de Bosnia. Malpaso, Barcelona 2015.
Alfonso Rojo cubrió como enviado especial de El País la guerra de Bosnia entre agosto de 1992 y julio de 1993. Este libro recoge las crónicas escritas durante ese tiempo, acompañadas de apuntes de su diario personal. Para quienes en aquellos años nos habíamos socializado en las luchas contra el servicio militar obligatorio, la entrada de España en la OTAN o el despliegue de misiles nucleares en Europa, la guerra de Bosnia y, sobre todo, el sitio de Sarajevo, resultaron ser una experiencia dramática. El libro de Rojo es un testimonio imprescindible para combatir el olvido de unos acontecimientos que ocurrieron aquí y ahora, en esta Europa, hace apenas unos años, y que puede volver a ocurrir. Como señala en el prólogo la novelista Clara Usón:
"Europa parece haberlo olvidado o ha elegido olvidarlo, porque la mala conciencia es incómoda: en el año 2012 la Unión Europea aceptó, sin ningún escrúpulo y aplaudiéndose a sí misma, el Premio Nobel de la Paz, por haber pasado de ser un continente en guerra a un continente de paz, tras la Segunda Guerra Mundial. ¿Y la guerra de Bosnia? ¿Y las 100.000 personas muertas durante el conflicto, la mayoría civiles, las 50.000 mujeres violadas, los millones de desplazados, no cuentan? ¿Acaso Bosnia no es Europa?".
Las fotografías de Gervasio Sánchez, uno de los fotoperiodistas más importantes de España, y la cuidada edición característica de Malpaso, hace de este libro un objeto a la vez bello y terrible.

Leslie Jamison. El anzuelo del diablo. Sobre la empatía y el dolor de los otros. Anagrama, Barcelona 2015.
Creo que esperaba otra cosa al leer este libro, más bien encontrarme con Susan Sontag que con Oliver Sacks, y por eso me ha decepcionado un tanto. Me quedo con una idea fundamental: "La empatía no es tan sólo algo que nos ocurre -un aluvión de sinapsis que surcan el cerebro como una lluvia de estrellas-, sino que también interviene nuestra voluntad: de prestar atención, de prolongarnos. Es fruto del esfuerzo, ese pariente menos agraciado del impulso". Me lo apunto.

Josep Maria Esquirol. La resistencia íntima. Ensayo de una filosofía de la proximidad. Acantilado, Barcelona 2015.
Este libro tiene más de un punto de contacto con el anterior. Reflexión sobre la proximidad como projimidad. "La proximidad a las cosas y a los otros no se aviene con las abstracciones". La experiencia de la proximidad implica una metanoia, "un cambio en la manera de estar en el mundo y de sentir la vida". La proximidad nos sujeta, y es en el reconocimiento de esta sujeción cuando surge realmente el sujeto: "El sujeto reconoce su condición de sujetado". Reconocimiento radical de nuestra condición de seres sociales, afirmación de la falacia del individuo liberal, liberado de toda relación social que no sea contractual:
"Los otros, en vez de ser una restricción de mi querer, se revelan ahora como la condición de este querer; soy con los otros y los otros posibilitan mi libertad. En este registro se ve, también, que los otros no son para mí un medio para conseguir un objetivo, sino que yo son con y para los otros; que la mía es una condición social. Vivo con los otros de la misma manera que vivo respirando. Vista así, la dimensión social no es ni obstáculo ni límite de mi libertad, sino su condición".

Raúl Fernández Vítores. Tanatopolítica. Opúsculo sobre los dispositivos humanos posmodernos. Páginas de Espuma, Madrid 2015.
Un dispositivo tanatopolítico es "cualquier mecanismo destructor de la vida humana consentido o arbitrado por el Estado que la tiene bajo su jurisdicción". Su modelo más acabado lo encontramos en los campos de exterminio nazis o estalinistas. ¿Puede este modelo replicarse de alguna manera en la actualidad, en formas aparentemente muy alejadas de la práctica militar o policial genocida? Según Fernández Vítores, "el capitalismo está en condiciones de iniciar una tendencia tanatopolítica normalizada. Cuenta para ello con un modelo, el modelo nazi, que no por terrible deja de representar una 'solución' a los ojos de un sistema productivo que cada vez necesita menos del hombre". Y más adelante: "En las sociedades capitalistas más desarrolladas, progresivamente despobladas y envejecidas, la mayoría de los dispositivos humanos son biopolíticos, es decir, no matan, aunque sirven para realizar ajustes demográficos a largo plazo. El modelo tanatopolítico permanece dormido, como a la espera, en la agenda del Estado que las rige".

Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee. La carrera contra la máquina. Antoni Bosch, Barcelona 2013.
Hablando de un sistema productivo que cada vez necesita menos de los seres humanos, este libro, firmado por dos investigadores del MIT, recuperan y actualizan la tesis del paro tecnológico. Consideran que nos enfrentamos a una "Gran Reestructuración" provocada por la tecnología digital, que volverá obsoletas cada vez más competencias y capacidades laborales. Dibujan un mundo cada vez más desigual, de muchos perdedores y pocos ganadores, socialmente insostenible: "Cuando un número significativo de personas ve caer sus niveles de vida a pesar de que el tamaño del pastel económico está en continuo crecimiento, el contrato social de una economía e incluso el tejido social de una sociedad se ven amenazados". Pero su propuesta es tan sistémica como ingenua: acelerar la innovación de las organizaciones (según ellos, "no hay límite al número de mercados diferentes que se pueden crear": ¿y los límites ecológicos?) y aumentar el capital humano para mantenerlo al mismo ritmo de avance de la tecnología. Un excelente ejemplo de análisis carente de toda perspectiva estructural. Pero es lo que hay.

Alberto Garzón y Adoración Guzmán (coords.). El trabajo garantizado. Una propuesta necesaria frente al desempleo y la precarización. Akal, Madrid 2015.
Una propuesta bien distinta para combatir la crisis del empleo es la que ha llevado Izquierda Unida a estas pasadas elecciones, basada en los trabajos recogidos en este libro. De lo que se trata es de que el Estado se convierta en generador directo de empleo digno para todas aquellas personas en disposición de trabajar que no encuentran un puesto de trabajo en el mercado. Dada la importancia de esta cuestión, y reconociendo el esfuerzo realizado por los autores, en un próximo comentario presentaré en detalle mi opinión ante esta propuesta; opinión que, ya lo adelanto, es fundamentalmente crítica.

Thomas Piketty. La crisis del capital en el siglo XXI. Crónicas de los años en que el capitalismo se volvió loco. Anagrama, Barcelona 2015.
Este libro se sube a la ola del exitoso economista francés y su best seller El capital en el siglo XXI para ofrecernos una recopilación de sus artículos publicados en la prensa gala entre 2004 y 2012. En conjunto se trata de una obra excesivamente idiosincrática, en la que se abordan cuestiones que, si bien pueden tener una lectura europea, se apoyan en debates demasiado específicamente franceses. Hay algunas ideas interesantes, pero nada comparable a la lectura de su obra de referencia.

Philip Hoare. Leviatán o la ballena. Ático de los Libros, Barcelona 2014 (4ª).
Desde su primera edición en 2010 no sé en cuántas ocasiones he tenido este libro entre mis manos, dudando si comprarlo o no. Me atraía poderosamente su temática, esa mezcla de tratado zoológico, relato de aventuras y revisión literaria. Me atraía su protagonista: la ballena, animal de resonancias míticas. Al final caí en la tentación. Su lectura no me ha defraudado. Un excelente libro para revisar uno de los episodios más oscuros de nuestra historia económica, la caza industrial de ballenas: "Dicen que si las ballenas fueran capaces de gritar, nadie hubiera podido soportar su trabajo". Por cierto: las refinerías de a bordo, que permitían aumentar sensiblemente las capturas y el negocio, fueron un invento de los balleneros vascos en 1750.

Doug Peacock. Mis años grizzly. En busca de la naturaleza salvaje. Errata Naturae, Madrid 2015.
Y para terminar por hoy, uno de los libros con los que más he disfrutado en mucho tiempo. El autor, que inspiró al eco-guerrero protagonista de la novela de Edward Abbey La banda de la tenaza, transmite tanto amor, respeto y conocimiento por la naturaleza salvaje de Norteamérica como rechazo de una civilización que rechaza como "sifilización". Sus descripciones de los paisajes de Yosemite son hermosísimas. Sus andanzas entre los osos espeluznantes. Un libro para leer con delectación, buscando en algún mapa los lugares por los que el autor se mueve. Para soñar.

lunes, 21 de diciembre de 2015

¿Llenando el vacío?

En 2006 el politólogo irlandés Peter Mair publicaba en la revista New Left Review (publicado en castellano en febrero de 2007) un artículo titulado “¿Gobernar el vacío?”, en el que analizaba el surgimiento en los estados occidentales de una idea y una práctica de la democracia de las que estaría ausente su componente popular (una “democracia sin el pueblo”). Aunque Mair falleció en agosto de 2011, dos años más tarde se publicó un libro póstumo que desarrolla estos análisis, libro que en España ha publicado hace unas semanas por Alianza Editorial con el título: Gobernando el vacío. La banalización de la democracia occidental.
Mair considera que el vaciamiento de la dimensión popular de las democracias liberales tiene que ver en gran medida con el fracaso de los partidos políticos a la hora de seguir cumpliendo su función original de ser organizaciones de masas sostenidas por bases electorales esencialmente homogéneas, con una fuerte identidad política y unas estructuras organizativas fuertes. Los partidos de masas, especialmente los partidos de izquierda, conseguían ganarse la fidelidad de sus votantes “construyendo fuertes redes organizativas sobre la base de sus experiencias sociales comunes”: comunidades humanas localizadas en determinados barrios y regiones, con similares características, compartiendo condiciones de vida y de trabajo, participando en las mismas instituciones (sindicatos, iglesias, ateneos, clubes sociales). Cada partido desarrollaba un programa político distintivo, directamente dirigido a su propia clientela, por lo que “su integridad representativa era prioritaria”.
Pero todo esto comenzó a disolverse a partir de los años Setenta. Las identidades políticas se han debilitado, las condiciones de vida y de trabajo se han diversificado hasta el infinito, los electorados se han fragmentado… La ciudadanía se aleja del compromiso político convencional, votando cada vez en menor número y con menor sentido de coherencia partidista; también se muestra reacia a comprometerse políticamente en términos de identificación o militancia. “La competición política se caracteriza por la pugna por eslóganes socialmente inclusivos a fin de obtener el apoyo de electorados socialmente amorfos”. Surgen así los partidos-atrapalotodo y se entroniza la idea de que las elecciones se ganan en el centro. “Cada partido –subraya Mair- tiende a distanciarse más de los votantes, a los que supuestamente representa, al tiempo que se asocia más estrechamente con los protagonistas rivales con los que supuestamente compite. Las distancias partido-votantes se han ampliado, mientras que las diferencias partido-partido se han reducido”.
 
Se acaba produciéndose una doble retirada: “Los ciudadanos se retiran hacia su vida privada o hacia formas más especializadas de representación y los dirigentes de los partidos se retiran hacia las instituciones, presentando sus términos de referencia más fácilmente desde su papel de gobernantes o titulares de cargos públicos”. La ciudadanía se aparta de los partidos y de la política convencional, deja de ser protagonista y se convierte en espectadora. “Cuando la competición entre los partidos mayoritarios apenas tiene consecuencias para la toma de decisiones, solo cabe esperar que derive hacia el teatro y el espectáculo”, advierte Mair. De una democracia de partidos se pasa a una “democracia de audiencia”.
Por su parte, los partidos se alejan de la calle y de la gente y conceden una prioridad creciente a su papel como organismos de gobierno en contraposición al papel de organismos de representación: “buscan más el despacho”, se orientan esencialmente hacia el gobierno, convertido en un fin en sí mismo. Se convierten en parte del Estado a la misma velocidad con la que reducen su presencia en la sociedad. Incluso los partidos de oposición orientan toda su actividad hacia el gobierno y las instituciones parlamentarias, degradando su papel de organización “sobre el terreno”. De esta manera, los partidos políticos se convierten en “equipos de dirigentes compitiendo” y su organización, al margen de las instituciones políticas, se desvanece. Lo único que permanece es una clase gobernante o aspirante a gobernar.
“El terreno tradicional de la democracia de partidos, considerado como la zona de encuentro de los ciudadanos con sus dirigentes políticos, está quedando abandonado”, concluye Mair.
Releo las páginas subrayadas del libro de Peter Mair mientras el porcentaje de voto escrutado va subiendo poco a poco y, situado en el 49,71% en el momento en que redacto estas líneas, ofrece los siguientes resultados: PP, 124 escaños; PSOE, 96; Podemos, 70; y Ciudadanos, 31. Creo que los partidos emergentes, muy especialmente Podemos, han sabido reconstruir esa zona de encuentro con la ciudadanía sin la cual la política democrática se banaliza y se vacía de sus componentes más esenciales: la participación, la crítica, la rendición de cuentas, la ilusión, el compromiso… Si así fuera, me parece la mejor noticia de esta noche.
 
>> Publicado en EL DIARIO NORTE.

domingo, 13 de diciembre de 2015

El extremo centro, los bordes de la red y una calle que sigue siendo nuestra... pero no solo: reivindicación del compromiso.

EL EXTREMO CENTRO

En 1969 el escritor y activista anglo-paquistaní Tariq Ali publicaba el libro New Revolutionaires, editado dos años más tarde en español por la editorial mejicana Grijalbo con el título de Los nuevos revolucionarios: la oposición de izquierda. Recogiendo textos de autores todavía hoy tan reconocibles como Fidel Castro, Ernesto Guevara, Malcolm X, Ernest Mandel, Rudi Dutschke, Daniel Cohn-Bendit o Regis Debray, junto con otros seguramente ya olvidados, Ali escribe en un contexto de crisis económica y política que, no sólo desde la izquierda extraparlamentaria en la que se encuadra el autor, sino también desde instituciones ultrasistémicas como la Comisión Trilateral, es definida en términos de potencial crisis terminal del capitalismo. Su diagnóstico contiene, entre otros, los siguientes elementos:
  • La confianza de los trabajadores en el sistema ha sido destruida  y, en el caso de Francia, sólo la socialdemocratización del Partido Comunista ha permitido contener la protesta de la clase obrera.
  • En toda Europa existe una "tendencia hacia el gobierno consensual", desdibujándose las fronteras entre  la derecha y la izquierda institucional.
  • En Inglaterra, las "iniquidades del gobierno laborista" y  la "sumisión de los sindicatos" no tienen otro objetivo que "salvar al capitalismo inglés".
  • Las protestas contra la guerra de Vietnam (no las de "carácter pacifista", organizadas por la izquierda tradicional), la lucha del propio pueblo vietnamita, la Larga Marcha, la revolución cubana, las rebeliones estudiantiles, el movimiento del poder negro... son realidades que alumbran "un movimiento anticapitalista total".
En este contexto, Tariq Ali considera que la ausencia de una verdadera alternativa de izquierdas "alimenta un ambiente de cinismo y de desesperanza" en el que la población se divide entre quienes desean volver al "powellismo" (de Enoch Powell) "y, tratando de enfrentarse a los problemas reales, acusan de todo a los negros" (hoy diríamos a los inmigrantes), y entre quienes "están simplemente asqueados con la sofocante jerga parlamentaria". Para romper este clima, propone la creación de un "Partido Revolucionario Socialista Unido" que, en esencia, sería "similar al Partido Bolchevique de Lenin" y que debería agrupar "las distintas tendencias y facciones revolucionarias" para superar las diferencias sectarias y constituir una "Oposición Extraparlamentaria" capaz de plantear una lucha exitosa "contra el imperialismo en el extranjero" y "contra el capitalismo aquí". Año 1969...


Año 2015. Tariq Ali publica un nuevo libro que es casi el mismo libro que aquel de hace 46 años. Se titula El extremo centro. El "extremo centro" está compuesto por esos "políticos timoratos y dóciles que hacen funcionar el sistema" y que se sitúan tanto en la derecha neoliberal como en la izquierda socialdemocrática:
"Los sucesores de Reagan y Thatcher fueron y siguen siendo políticos de laboratorio: Blair, Cameron, Obama, Renzi, Valls, etcétera, comparten un autoritarismo que coloca al capital por encima de las necesidades de los ciudadanos, y defienden el poder de las grandes empresas con el marchamo de los Parlamentos elegidos democráticamente".
Su exposición de la caída de los líderes del Nuevo Laborismo, con Blair encabezando la alegre comitiva, en "el comedero" que la industria privada tiene montado para enriquecer a ministros y secretarios de Estado a la vez que estos mercadean con los contactos e influencias logrados durante su etapa de servicio público es tan inapelable como indignante, y recuerda demasiado la vergonzosa tradición española de las puertas giratorias, practicada con entusiasmo por todos los políticos que pueden permitírselo, de izquierdas, de derechas y nacionalistas de todo pelaje, con muy pocas excepciones: que yo sepa, en estos momentos, el único que tras su paso por un gobierno no ha saltado a la empresa privada es Rodríguez Zapatero.
Su conclusión reafirma la idea de "gobierno consensual" de 1969: "Desde la década de 1990 [¿no era antes?], la democracia ha adoptado en Occidente la forma de un extremo centro, donde el centro-izquierda y el centro-derecha se han compinchado para mantener el statu quo; una dictadura del capital que ha reducido los partidos políticos a la condición de muertos vivientes", de manera que "el sistema bipartidista se ha metamorfoseado en un gobierno de unidad nacional a todos los efectos".

Cuando Ali se plantea la cuestión de las alternativas -pero, ¿puede haberlas si, como escribe, "el consumismo lo ha conquistado todo. Se manipulan nuestras necesidades"?-, los hackers, el bolivarianismo, Syriza y Podemnos toman el relevo de Mao, Castro, el Black Power, el 68 o Vietnam. Sus esperanzas siguen puestas en el potencial crítico y transformador de los movimientos populares:
"Los movimientos surgidos desde abajo son un punto de partida imprescindible para cualquier cambio. Es la acción, la experiencia en la lucha, las victorias parciales, las derrotas, saber superarlas (a menudo de una forma impredecible), y los triunfos grandes y pequeños los que hacen cristalizar  las ideas, sobre todo las ideas radicales, que habitualmente están sumergidas bajo el peso del presente, en tiempos de un conservadurismo normal o de reacción violenta. Los movimientos de masas barren de un plumazo los límites de la conciencia existente, y reavivan o recrean la política radical".
De 1969 a 2015: algo menos Lenin y más Holloway; menos futurismo rupturista y más presentismo intersticial.

Es relativamente fácil -y para los actuales dirigentes del PSOE en pugna con Podemos puede ser tentador- hacer hasta chistes con estas cosas que escribían y escriben izquierdistas irredentos como Tariq Ali (en el caso de que lean, por supuesto; de esta pulla queda excluido por méritos propios José Andrés Torres Mora). Pero sería una equivocación.
Ciertamente, su aproximación al nacionalismo escocés me parece tan acrítica e ingenua como la de quienes asumen que el "derecho a decidir" es parte indiscutible de todo ideario de izquierdas; incluso parte esencial, condición no suficiente pero sí imprescindible para cambiar la realidad. Si, como escribe, "Ya NO existen diferencias fundamentales entre los partidos de centro-derecha y los partidos de centro-izquierda", ¿por qué razón "una Escocia independiente podría ser mucho más internacionalista y autónoma"? Es lo mismo que cuando se dice que una Cataluña independiente será más social, más solidaria, más justa, más ecológica, menos corrupta... ¡Ay, la etnopolítica...!
Lo mismo cabe decir de la autocoimplaciente mirada sobre su propia tradición política, el trotstkismo y sus muchos avatares. Sostener que sus fracasos se explican fundamentalmente por el hecho de que "un laborismo en avanzado estado de descomposición ... lleva un siglo paralizando a la izquierda, primero a los comunistas oficiales, y posteriormente a sus retoños trotskistas", es confundir casualidad con causalidad. Cada tradición, corriente, espacio, familia, clan, grupúsculo o secta de las izquierdas debería buscar explicaciones a la parálisis de la izquierda tanto en el contexto general en el que se desenvuelve la política como en las particulares peripecias de cada sector, pero no escudarse en la supuesta descomposición de otros para justificar la parálisis propia.

Pero el hecho de que, con algunos cambios en conceptos y protagonistas, el diagnóstico de Ali en 1969 y en 2015 sea tan parecido resulta una tragedia, sí, pero no sólo para la socialdemocracia, sino también para las izquierdas a la izquierda de esta.
Si cepillamos y limamos su diagnóstico y lo limpiamos de las muchas rebabas que deja en cualquier análisis el constitutivo aristocratismo de un ultraizquierdismo "tan impoluto como impotente" (Terry Eagleton), creo que, en lo fundamental, lo que entonces y ahora denuncia Ali sobre la deriva de la socialdemocracia tiene mucho de cierto. Otra cosa son las soluciones que propone.

LOS BORDES DE LA RED

Futuro perfecto
Qué distintas son las culturas políticas europea y norteamericana: más ideológica la primera, mucho más pragmática la segunda. Desde Estados Unidos escribe Steven Johnson, conocido sobre todo por su anterior libro, titulado Sistemas emergentes, publicado originalmente en el año 2000, y donde escribía lo siguiente:
"Es casi imposible pensar en algún otro movimiento político que haya generado tanta atención pública sin que surgiera de él ningún líder verdadero -un Jesse Jackson o un César Chávez- aunque solo fuera para beneficio de las cámaras de televisión. [...] Lo que vemos una y otra vez en esta nueva ola son imágenes de grupos distintos: marionetas satíricas, anarquistas vestidos de negro, sentadas y acciones de performance artística. Pero no vemos líderes. Para los progresistas de la vieja escuela los manifestantes parecen descabezados, fuera de control, una multitud de pequeñas  causas sin un principio organizativo. [...] Pero lo que no han sabido reconocer es que una  multitud puede ser poderosa e inteligente, y que si lo que intentas es plantar cara a una red distribuida, como es el capitalismo, harás bien en convertirte tú mismo también en una red distribuida".

Como el propio Johnson recuerda en su más reciente libro, Futuro perfecto. Sobre el progreso en la era de las redes, este párrafo fue escrito mucho antes de Occupy Wall Street y de los movimientos de indignados; lo que el autor tenía a la vista eran las protestas contra la OMC en Seattle en 1999. A partir de esa idea, en este libro propone una nueva política liderada por "peer progresives, pares progresistas", que caracteriza así: "Ser una par progresista significa creer en que la clave del progreso sostenido está en construir redes de pares, en tantos ámbitos de la vida moderna como sea posible: en la educación, en la sanidad, en la gestión de los ayuntamientos, las empresas privadas y los organismos estatales. Cuando surge una necesidad social para la que no hay respuesta, el primer impulso debería ser el de construir una red de pares que solucione el problema".
Y a esto se dedica el libro: a proponer distintas maneras de reconstruir algunas de nuestras instituciones más fundamentales de manera que dejen de ser redes centralizadas y puedan convertirse, no simplemente en redes descentralizadas, sino en redes diversificadas, instituciones donde "la tarea de identificar y resolver los problemas de la comunidad se desplazaría hacia los bordes de la red, alejándose de quienes hacen la planificación central".

Desde una perspectiva esencialmente aplicada y con un lenguaje que se hace extraño para los oídos del izquierdista europeo, el libro de Johnson ofrece sin embargo mucho material para la reflexión.

LA CALLE ES NUESTRA... PERO NO SOLO

Fruto del empeño de Mikel Toral, a partir del blog "La Transición", acaba de publicarse el libro La calle es nuestra. La transición en el país Vasco (1973-1982). Un libro que ve la luz en un momento político más que oportuno; un tiempo donde vuelve a hablarse de traiciones, de tradiciones y de transiciones, de rupturas y de asaltos, de emergencias y de insurgencias, de novedades y repeticiones, de posibilidades y de límites. Un libro para repensarnos desde la izquierda que fue y que, en muchos sentido, sigue siendo: con sus riquezas y sus debilidades, con sus claridades y sus contradicciones.

Del texto que abre el libro, escrito por Mikel Toral, recojo esta reflexión:

"Muchos de los que con más ahínco empujábamos en la calle -combatividad, lo llamábamos- soñábamos con ir más lejos, con aquella ruptura democrática. Nosotros también queríamos tomar el cielo por asalto.
Pero, como bien dice Antonio Rivera en el prologo, no estábamos solos. ¡Menos mal! Porque, como en innumerables ocasiones hemos comentado entre viejos excombatientes, miedo da si llegamos a ganar. [...] Y es que, la ambición de aquel sueño de cambio, con objetivos tan extremos y absolutos, lo habría convertido, de ganar, en una pesadilla.
Pero, ya es sabido, nuestro liderazgo en la calle no se tradujo en éxito en las urnas. Con todo, es innegable nuestra contribución a las luchas populares que dieron paso a las instituciones democráticas y a sus posteriores frutos: las leyes. Leyes que recogían gran parte de nuestras reivindicaciones y que a su vez nos desmovilizaron progresivamente, llevándonos a la desaparición o a la irrelevancia política. Eso era la democracia, pero nosotros no lo sabíamos. Entonces lo veíamos con pesar, hoy con cierto orgullo, no exento de crítica, más que de nostalgia. Porque, ¿de qué sirve la lucha en la calle si no se materializa en derechos y conquistas sociales?
Podemos decir, para lo bueno y lo malo, que nosotros estuvimos allí.
[...] Éramos, o nos creíamos, revolucionarios. Los sosegados análisis historiográficos, basados en datos objetivos y en un análisis distante, atemperan ese aserto. Pero nosotros éramos, sobre todo, militantes antifascistas. Lo demás era un añadido. Y por eso, aunque defendíamos en nuestros programas de máximos mundos perfectos, acabados y cerrados, o incluso la violencia revolucionaria, aquello de que el poder nace de la punta del fusil, nuestra lucha fue sobre todo pacifica y destinada a sumar más y más voluntades libres"
.

Y del texto que lo cierra, firmado por Santi Burutxaga, inoxidable Hombre de hierro, esta otra:

"Los años 80 pusieron las utopías en su sitio; es decir, en el sitio donde no queríamos que estuviesen.[...]
Nos desconcertó. Resultaba que la democracia era eso, y no la nacionalización de la banca, la gestión compartida de empresas y universidades y la igualdad social. Era verdad que muchas de nuestras banderas: un cierto feminismo, una ecología, un prudente antiautoritarismo y pacifismo, se iban institucionalizado y formaban ya parte de la corrección política. Pero el conjunto, no por más permeable lo sentíamos menos opresivo. Le hicimos frente durante mucho tiempo con ironía, con gracia, pero el trasfondo era amargo. [...]
La juventud antifranquista de la Transición, la combativa, fue extraordinariamente generosa, se entregó por ideales universales y logró más de lo que se le suele reconocer. Pero lo hicimos con muy pocas y malas herramientas. Teníamos tan mal conocimiento de la realidad que podíamos fácilmente ser sugestionados por alucinaciones colectivas. Conocíamos la realidad solo por lo que habíamos leído. El pueblo, la clase obrera y la revolución eran conceptos literarios, y las representaciones míticas hacían de pantalla que impedía ver lo que realmente ocurría a nuestro alrededor. El voluntarismo sin límites, la convicción sin contraste de que se poseía la verdad y un nulo sentido y respeto de la complejidad democrática, hacían que en nombre de la lucha contra el sistema cualquier cosa fuese justificable. Muchos se quemaron en su propia hoguera, y otros mirábamos el holocausto.
A principios de los 80 descubrimos que no todo era posible; incluso algunas cosas ni deseables. Épater le bourgeois era más fácil que derrocarle. Nos hicimos adultos, seguimos acumulando contiendas y tejiendo y destejiendo anhelos, como hacía Penélope con su tejido, aunque sabíamos que no vendría Ulises y que no había ni Ítaca, ni épica, ni iluminaciones, ni playa bajo los adoquines; tan solo ideas y el coraje y la voluntad de defender democráticamente lo que se creía justo"
.


REIVINDICACIÓN DEL COMPROMISO

Todo este recorrido a partir de lecturas recientes concluye en una última reflexión, que tomo prestada de uno de los sociólogos más interesantes del momento, François Dubet, tal y como la recoge en su libro titulado ¿Para qué sirve realmente un sociólogo?. Es una reflexión en la que diferencia entre la crítica y el compromiso, y considero que ofrece algunas claves para comprender mejor lo expuesto hasta ahora:

"Siento cierta irritación frente a la pose crítica [...]. Muy a menudo sucede que el punto de vista crítico postula una alienación universal de los actores sociales y de los individuos. En sociedades percibidas como puros mecanismos de dominación, como máquinas de desarrollar ilusiones y falsas ideas, se percibe a los individuos como a clones, peones, engranajes y, para decirlo sin vueltas, como imbéciles a menudo felices de serlo. [...] Si la alienación es general, ¿mediante qué movimiento de la voluntad puedo escapar de ella? [...] Si la hegemonía es tan absoluta como el punto de vista crítico suele afirmar, ¿gracias a qué milagro puede el pensador crítico desprenderse de ella?
Prefiero la noción de compromiso [...]. El compromiso es asunto de arbitraje entre principios normativos contradictorios unos con otros. En este punto estoy más del lado de Camus que del lado de Sartre [...]. Mientras la crítica se sitúa ´fuera del mundo´, al postular un horizonte donde se difuminarían las contradicciones -la abolición del capitalismo anularía todas las formas de dominación e instalaría el reinado de la libertad personal y de la armonía universal-, el compromiso requiere que aceptemos el carácter trágico de las alternativas morales que se nos imponen. Por decirlo en modo sencillo: es poco verosímil que ganemos alguna vez en todos los frentes. Y entonces tenemos que lidiar con el `trabajo sucio` de hacer que la vida social sea menos injusta y menos insoportable".

Por una cierta manera de entender el compromiso, en estas elecciones volveré a votar socialdemócrata. Pero, porque soy mucho más de Corbyn que de Valls, será la última vez que lo haga gratis.

jueves, 12 de noviembre de 2015

Palabras mayores

Palabras mayores
Emilio Gancedo es un joven periodista leonés autor de un libro titulado Palabras mayores: un viaje por la memoria rural en el que, pasando por Ourense, Asturias, Palencia, León, La Rioja, Bizkaia, Huesca, Navarra, Valencia, Murcia o Badajoz, nos guía por la España rural que aún hoy persiste y se empeña por sobrevivir. En sus páginas mujeres y hombres de carne y hueso, con nombre y apellidos, nos van contando historias de necesidad, de emigración, de guerra, de trabajo duro, pero también de superación, de solidaridad, de conexión con la tierra, de identidad, de sabiduría popular. De pesares y de penas, pero también de alegrías, de fiestas, de canciones.
A través de sus palabras, quienes hayan nacido más tarde y vivido en sociedades ya casi plenamente urbanizadas podrán asomarse y casi sentir unos modos de vida que ya son historia, pero que están en la base profunda de nuestra sociedad actual y que no deberíamos olvidar. Por su parte, quienes por su edad aún hayan conocido personalmente ese mundo que tan bien describe Emilio Gancedo se sentirán, seguro, agradecidos de que se haga memoria del mismo, de que sus experiencias, tanto en lo que tuvieron de malo como de bueno, no caigan en el olvido.
Hubo un tiempo, no hace tanto, en que la península ibérica estuvo unida, más allá de sus divisiones políticas y administrativas, por una forma de vida que era muy similar en todos los lugares; igualada por los ritmos de una naturaleza igual para todos; vinculada por unos ríos de los que todos bebían o de cuyas aguas todos regaban; cosida por una red de caminos por los que circulaba el ganado, el trabajo temporero o las mercancías. El mismo sol hacía crecer o agostaba las cosechas; la misma lluvia regaba o anegaba los campos; las mismas estaciones marcaban el calendario de las labores, las fiestas y los reposos.   
“Todo pueblo tiene en sus caminos un recodo en el que se deja ver por última vez”, escribe Gancedo. Su libro tiene mucho de esto, de recodo desde el cual mirar un mundo rural que, en muchas cosas para bien pero en otras muchas para mal, hemos dejado atrás. Sin mitificarlo, porque era una vida no sólo sacrificada y dura sino también injusta, pero no sería bueno que, como sociedad, dobláramos definitivamente ese recodo de nuestro camino y perdiéramos para siempre de vista a nuestro pasado rural.
El libro esta publicado en marzo de 2015 por la editorial logroñesa Pepitas de Calabaza. Merece la pena. De verdad.

miércoles, 11 de noviembre de 2015

La memoria de las víctimas

1. ¿Por qué hacemos memoria de las víctimas? O mejor: ¿de qué víctimas hacemos memoria?
En mi reflexión me distancio del tratamiento administrativo de las víctimas y de sus consecuencias, pues creo que este tratamiento, este gobierno de las víctimas, genera unas importantes distorsiones.
La primera y fundamental: la construcción de una categoría jurídico-política (la víctima) convertida en deseada etiqueta por parte de cualquiera que se sienta injustamente tratado, ya que es la única (o la mejor) vía de acceso al reconocimiento institucional y a la reparación (moral y en ocasiones económica). Acabamos de verlo recientemente con el caso de las personas afectadas por la talidomida: “Los daños están a la vista, es evidente”, proclamaba una de ellas mostrando a la cámara sus brazos atrofiados.
çTambién me distancio del uso del concepto víctima para referirse a las roturas y descosidos que en nuestra existencia provocan fenómenos impersonales o azarosos.
Otra cosa es que, de nuevo, la potentísima perspectiva administrativa nos obligue a conjugar el término: sí, de acuerdo, el coche se salió de la carretera en una curva por exceso de velocidad, pero ¿qué hacía ese enorme bloque de cemento junto a la carretera, contra el que se estrelló y que probablemente agravó las consecuencias del accidente? ¿no es responsabilidad de la administración velar porque tales obstáculos no supongan una amenaza añadida a los conductores? De nuevo la administración de la vida social nos obliga a pensarnos como víctimas.
Es evidente que los seres humanos somos, como define MacIntyre, vulnerables y dependientes. Y que por ello estamos sometidos en muchas ocasiones a lo largo de nuestra vida a situaciones de maltrato, de angustia, de miedo, de abandono, o que vivimos como tales. Por eso, si basta con el sufrimiento para ser víctima, la categoría de víctima pierde toda capacidad explicativa para convertirse en la condición “natural” de todo ser humano en ciertos momentos de su vida. Y si eso es así, si la condición de víctima se democratiza y universaliza hasta el extremo de poder afirmar que todas y todos somos víctimas, es bastante lógico que la consecuencia práctica sea la necesidad de jerarquizar (yo soy más víctima que tu porque mi sufrimiento es mayor o peor que el tuyo) o de adjetivar (para diferenciar, pero en última instancia también para jerarquizar) a las víctimas.
De nuevo, todo esto es consecuencia de la administración de las víctimas: si ser definidos como víctima por las instituciones no tuviese efectos, seguramente acabaríamos por dejar de competir por esa etiqueta.
 
2. No hay memoria en la que puedan caber todas las memorias: ni siquiera si nos reducimos a la de las víctimas de ETA, de la guerra sucia y de la violencia policial.
Yo creo que, en adelante, cuando repensemos el próximo día de la memoria deberíamos hacerlo después de profundizar en las reflexiones de Bauman sobre la víctima categorial. Las víctimas del terrorismo se caracterizan por haber sido exterminadas. Como señala Lindqvist, "exterminio" significa poner al otro lado de la frontera, terminus. Las víctimas del terrorismo son, desde esta perspectiva, personas que, porque están de sobra, deben ser puestas más allá -ex terminus- de la frontera moral que define el Nosotros que los terroristas pretendían construir. Las víctimas constituyen una comunidad (pues son individuos, pero no hay “nada personal” en su catástrofe: son colectivo) caracterizada por el hecho de que todas ellas han sido asesinadas o malheridas tras haber sido previamente definidas como población sobrante. Son el residuo rechazado del Nosotros soñado, la comunidad expulsada del proyecto de comunidad imaginada.
Aunque en un sentido fuerte de filosofía moral muchos de los sufrimientos que unos seres humanos provocan a otros tienen que ver con un movimiento de expulsión del círculo moral, del espacio de reconocimiento que constituye el Nosotros, la inmensa mayoría de las situaciones de maltrato, sufrimiento, no suponen una expulsión del espacio de la ciudadanía. Son injusticias, sufrimientos, violaciones de derechos que ocurren en él. En sus zonas oscuras, en sus periferias, o en sus centros: violencia en el seno de la familia, en el trabajo, en las prisiones, en las comisarías… Son violentaciones cuyo reconocimiento y reconstrucción como ser humano completo no exige una transformación de la estructura de la sociedad. Son mutilaciones parciales (sin quitar un ápice de importancia a las mismas) de la condición ciudadana.
No es así en el caso de las víctimas categoriales. Es imposible reconocerlas sin afrontar una reconstrucción en profundidad de la sociedad, justamente para que puedan tener cabida aquellas que habían sido expulsadas.
En nuestra sociedad, no sólo las víctimas de ETA pueden y deben ser reconocidas como víctimas categoriales. Estoy convencido de que la violencia contra la mujer –las violencias contra la mujer, pues son muchas- también tiene esa dimensión categorial; lo mismo que las violencias relacionadas con situaciones de refugio y migración. La “categorialidad” en el caso de las víctimas de violencia terrorista y de las fronteras que pretenden frenar la migración tiene que ver con la modernidad estatocéntrica; y en el, caso de la violencia contra la mujer, con una modernidad patriarcal.
La pregunta del millón: ¿cómo reintegrar en la comunidad aquellas víctimas que fueron expulsadas de la misma, sin modificar radicalmente los fundamentos de esa misma comunidad? “Este Gobierno está trabajando para buscar fórmulas de consenso de todas las fuerzas políticas para que todos podamos sentirnos cómodos en un reconocimiento a todas las víctimas”, declaró hace unos años una relevante autoridad política vasca. Pero las víctimas no se contienen ni en la comodidad ni en la sacralidad.
 
3. Entonces, ¿qué hacer? Tal vez ante la víctima sólo quepa la actitud de Rudolph Otto ante lo santo: temor y temblor. Dar la palabra a la víctima es dejar la nuestra en suspenso. Buscar eso que el dramaturgo bilbaíno Ignacio Amestoy llama la anagnórisis: “el reconocimiento de la culpa, y en los espectadores la catarsis, la reflexión y hasta la purificación”. Sabiendo que el proceso será duro, y que afrontarlo no nos permitirá salir indemnes. A nadie.
En mayo de 1980 un grupo de destacados intelectuales vascos hizo público un valiente manifiesto en el que denunciaban "la violencia que nace y anida entre nosotros, porque es la única que puede convertirnos, de verdad, en verdugos desalmados, en cómplices cobardes o en encubridores serviles". Xabier Lete fue uno de los firmantes de aquel temprano y valiente manifiesto. Nadie podría acusarle de connivencia o de indiferencia con el terrorismo. Sin embargo, en su último poemario Egunsentiaren esku izoztuak -"Las ateridas manos del alba", en su traducción castellana- Lete dedica un poema a Imanol Larzabal, fallecido en Orihuela en 2004, en el que dice así:
Era una tarde de junio
plena de luminosa paz y sosiego era una tarde de junio
había una emoción inefable en el aire, y en el rostro de tus amigos un dolor mudo 
cuando te despedimos, allí donde las personas miran de soslayo al mar,
una culpa que impide sanar las heridas de un error, quisiéramos ofrecerte un último aplauso
en su humildad, la flor de un verso sentido, o tal vez pedirte perdón
por haberte dejado tantas veces solo, te habías marchado a un sombrío páramo
libre de la crueldad humana, posteriormente no hemos sabido de ti pero en el lugar que estés 
infinito, oculto y protegido, apiádate de nosotros,
los carentes de la piedad que hubieras requerido.
"Apiádate de nosotros, los carentes de la piedad que hubieras requerido". No estamos hablando de culpa penal, sino de responsabilidad moral. Que nadie puede imputar a nadie, pues nace (o no) de cada cual. Xabier Lete, firmante de aquel manifiesto de 1980, a pesar de todo se sintió responsable de no haber acompañado suficientemente a quien fuera una víctima de ETA. Hablamos de falta de piedad.
¿Para qué hacemos memoria de las víctimas? ¿Para recordar qué? ¿Para olvidar qué? ¿Para recordarlas (lo que fueron) o para recordarnos (lo que fuimos)?
No hay día en el que pueda caber toda la memoria de todo el sufrimiento causado por el terrorismo en Euskadi. Es imposible: 364 días de muerte y dolor no caben en un solo día; y eso, además, durante cuarenta años…

sábado, 7 de noviembre de 2015

Más lecturas (hasta tener algo que decir que merezca la pena)

Aunque la profesión, la vocación y la responsabilidad no me lo permiten, cada vez me cuesta más escribir o hablar sobre "mis cosas" y, por el contrario, son las cosas que cuentan y escriben otras personas las que más interesantes me parecen. Sobre todo las que escriben, que quienes me conocen saben bien de mi abierta preferencia por el papel impreso frente a la expresión oral.
Desde que publiqué aquí mi anteúltimo comentario -el último no fue más que un desahogo- me ha tocado, además de las clases en la universidad, publicar diversos trabajos relacionados con la cosa de la Sociología (que suelo recoger aquí, más que en este blog, para no mezclar ámbitos), así como participar en algún congreso y en varios seminarios.
Pero lo que más a gusto he hecho es leer, leer y leer.


Terminaba mi ante-anterior post anunciando mi voluntad de sumergirme en la última novela de Stephen King, Revival. Aunque siempre ha sido un excelente cronista de la vida cotidiana en la Norteamérica más tradicional, en algunas sus últimas novelas King ha depurado hasta la perfección su vocación de cronista de una sociedad y un estilo de vida característicos de la América profunda, de esa que se mantiene en las poblaciones más rurales, más pequeñas, alejadas de las grandes ciudades. Destaca, en este sentido, su anterior novela Joyland.
Revival no es una historia "de miedo": no hay vampiros, ni monstruos, ni asesinos en serie; sus protagonistas son, todos y todas, seres humanos con vidas rotas, frágiles y dolientes. Se lee a gusto, mantiene la atención hasta un final de tonos lovecraftianos que me ha llevado a visualizar no los horrores cósmicos que King pretende evocar, sino los horrores reales, terrenos y actuales, representados en las terribles imágenes de las columnas de refugiados sirios deambulando por las carreteras de Eslovenia:

"Se hallaba en medio de un paisaje yermo. Yermo, pero no vacío. Por este paraje avanzaba penosamente una columna ancha y en apariencia interminable de seres humanos desnudos, con la cabeza gacha, a trompicones. Esta procesión pesadillesca llegaba hasta el horizonte lejano. Acuciaban a los humanos unas criaturas semejantes a hormigas, en su mayoría negras, algunas del color rojo oscuro de la sangre venosa. Cuando los humanos caían, los seres hormigas se abalanzaban sobre ellos, para morderlos y golpearlos hasta que volvían a ponerse en pie. Vi hombres jóvenes y mujeres viejas. Vi adolescentes con bebés en los brazos. Vi niños que intentaban ayudarse mutuamente a seguir. Y en todos sus rostros se dibujaba la misma expresión de horror e incomprensión".


http://elcomercio.pe/mundo/europa/refugiados-marcha-verguenza-eslovenia-noticia-1849740 

Con los ojos cerrados, de Gianrico Carofiglio, es uno de esos libros que suelo comprar en librerías de ocasión, a un precio muy reducido. Muy bien escrito, con unos personajes razonablemente creíbles (unos, como el abogado protagonista, más que otros, como la monja sor Claudia) y una historia que nos sumerge en un oscuro caso de violencia de género. En la librería en la que compré este libro no tenían el anterior, primero de la serie del abogado Guerrieri, pero sí el siguiente, tercer caso publicado en España. También lo compré y ahora espera a que le toque el turno. A ver.

La tercera novela leída en estas últimas semanas es muy distinta de las dos anteriores. Se trata de Meursault, caso revisado, del escritor argelino Kamel Daoud. Presentada como una relectura de El extranjero desde el punto de vista árabe, es la historia de un hermano que reivindica a aquella víctima anónima de un asesinato célebre:
"Yo, que esperaba encontrar en esa historia las últimas palabras de mi hermano, la descripción de su exhalación, sus réplicas frente al asesino, sus huellas y su rostro, no leí más que dos líneas sobre un árabe. La palabra 'árabe' aparece veinticinco veces y no se menciona su nombre ni siquiera una vez. [...] Estaba todo, salvo lo esencial: ¡el nombre de Moussa! En ningún sitio. Conté y volví a contar, la palabra árabe aparecía veinticinco veces, pero ni un solo nombre, de ninguno de nosotros".

Es también la historia de otra muerte (esta vez de una víctima con nombre) originada en aquel asesinato ocurrido veinte años antes, y de otras muchas muertes ocurridas en una Argelia convertida en campo de batalla:
"El francés había sido eliminado con la misma meticulosidad empleada con el árabe en la playa veinte años después. Joseph era francés, y los franceses morían por doquier en aquella época en el país, lo mismo que los árabes antiguamente. Siete años de guerra de Liberación habían transformado  la playa de tu Mersault en un campo de batalla".

Y de la diferencia entre asesinar como un acto privado o matar en el contexto de una guerra de liberación:
"'¡Tenías que haber matado al francés con nosotros, durante la guerra, no esta semana!'. Respondí que eso no cambiaba gran cosa. Estupefacto, sin duda, se quedo callado antes de proferir: '¡Eso lo cambia todo!'. Tenía una mirada maliciosa. Le pregunté que era lo que cambiaba. Se puso a mascullar que había una diferencia entre matar y luchar en la guerra, que no éramos asesinos sino liberadores, que nadie me había ordenado matar al francés y que había que haberlo hecho antes. '¿Antes de qué?', pregunté. '¡Antes del 5 de julio! ¡Sí, antes, no después, diantres!'".

Excelente.


Y después de la ficción, pasamos al ensayo.

Empiezo por La ciudad de las desapariciones, de Ian Sinclair. A ratos crónica crítica de la sociología cotidiana de la época thatcherita, desde las barradas obreras desestructuradas -brillante su interpretación del pitbull, icono macarrero, como una "picha con dientes"- hasta la City codiciosa y obsesiva -"Entran temprano y beben hasta tarde. Hay que ser capaz de desayunar antes que el enemigo. La noche ha sido abolida"-, es sobre todo una personalísima crónica de la transformación urbana sufrida por Londres como consecuencia de la "asociación íntima entre promotores inmobiliarios y gobierno". Encontramos aquí las mejores páginas del libro, en las que descubrimos a un extraordinario analista urbano, que denuncia a ritmo de punk la imparable mercantilización de su ciudad:
"El paisaje urbano de cualquier distrito situado en el interior de la nube de polvo del Parque Olímpico ha sido devastado con una impaciencia contrarreloj que no tiene parangón en Londres desde los inicios de la época del ferrocarril. Toda decencia cívica, todo apego sentimental, ha sido descartado en pos de ese objetivo estratégico primario, la gran detonación del disparo de salida. [...] El doctor Frankenstein, con un programa de Google Earth y un escalpelo láser".

Carlos Taibo continua en ¿Tomar el poder o construir la sociedad desde abajo? Un manual para asaltar los infiernos con su proyecto de teorizar e impulsar un proyecto autogestionario para la ruptura con el sistema capitalista. Excelentemente bien escrito -Taibo es la persona con más capacidad y claridad expositiva que conozco-, así como con su particular pugna con Podemos, sobre quienes hace consideraciones como esta: "Tampoco puede sorprender que, con estas herramientas, la irrupción de Podemos sea una de las causas mayores, bien que no única, de la desmovilización social y laboral a la que asistimos. No podía ser de otra manera [por] cuanto que muchos de los simpatizantes del nuevo partido son, sin más, activistas de Facebook, acostumbrados a pulsar el 'me gusta' y el 'compartir'".
Más allá de estas polémicas, que personalmente me parecen más cansinas que útiles, aunque comparta el diagnóstico del libro relativo a la insostenibilidad ("corrosión terminal") del capitalismo, me preocupa sobremanera que, como escribe Terry Eagleton en Por qué Marx tenía razón, el rechazo "de cualquier trato con las herramientas ya comprometidas del presente: la reforma social, los sindicatos, los partidos políticos, la democracia parlamentaria, etc. [termine] por ser tan impoluto como impotente".
En todo caso, hay que agradecer a Carlos Taibo el esfuerzo que viene haciendo por construir con rigor teórico un proyecto anarquista para nuestro aquí y nuestro ahora.

Tumulto es el último libro del ensayista Hans Magnus Enzensberger, auténtico clásico vivo. Una mirada sumamente crítica a los movimientos políticos de los años Sesenta y Setenta, años en los que el propio Enzensberger conoció de primera mano la URSS de Jruschov, viajó a Cuba y Camboya y, por supuesto, vivió el 68 alemán. Podría leerse como continuación del debate planteado a partir del libro de anterior:
"Cualquiera que sepa maniobrar una barca de remos o haya efectuado un disparo aunque sea una sola vez, así como todo colegial de primaria al que atormentan con el paralelogramo de fuerzas, sabe que el manejo de más de una variable tiene sus intríngulis [...]. En todas las realidades sociales el número de variables es con creces superior [...] La dificultad es tanto mayor cuanto más poderosas son las fuerzas contrarias.
Esto sólo lo ignoran los movimientos que en los países capitalistas se proponen un  cambio revolucionario. Con bella inocencia marcan su objetivo y enfilan derecho al mismo [...].
La ceguera ante las más elementales reglas básicas de la mecánica política es, al igual que la fe milagrera en las doctrinas ideológicas, indicio del carácter cuasireligioso de un movimiento que tiene algún paralelo en el primer socialismo del siglo XIX".

Nada mejor para introducirse en algunos de los aspectos más cotidianos de esa mecánica política que el libro Aragón es nuestro Ohio. Así votan los españoles, escrito por el equipo de sociólogos y politólogos que conforman el grupo Piedras de Papel. Por qué vamos a votar; cuándo y cómo decidimos nuestro voto; la influencia de nuestro entorno; qué votan parados, jóvenes, mujeres, personas religiosas, ricos o pobres; quiénes son los abstencionistas; qué consecuencias electorales tiene la corrupción; cómo influye el sistema electoral sobre los resultados de las elecciones; qué podemos pensar de los sondeos  preelectorales... En fin: todo lo que siempre quiso saber sobre las elecciones pero no se atrevía a preguntar... o no encontraba respuestas satisfactorias. Muy recomendable.

Compré hace ya tiempo el libro Ellas solas. Un mundo sin hombres tras la Gran Guerra, de Virginia Nicholson, en la Librería París-Valencia de la calle Navelos. Estaba baratísmo y me lo lleve junto con algunos otros títulos de la editorial Turner. Analiza en profundidad el profundo cambio que se empezó a producir en el mundo de la mujer británica a partir de la Primera Guerra Mundial, y en buena parte como consecuencia imprevista del conflicto:
"La guerra y el sufragio cambiaron la naturaleza de las ambiciones femeninas y aportaron una complejidad y una diversidad nuevas. Aún se pensaba que el matrimonio era una vía de realización personal, pero la imagen de la boda, que antes estaba grabada en la conciencia de las mujeres como la solución a todo, empezaba a desvanecerse e iba siendo sustituida por otro tipo de sueños".
La muerte de 750.000 soldados británicos convirtió a toda una generación de mujeres, alrededor de un millón setecientas mil, en "las mujeres del excedente", imposibilitadas de cumplir con el objetivo del matrimonio, condenadas a la soltería en una sociedad patriarcal para la que la tal hecho se consideraba un fracaso. Tanto que durante la guerra se publicaban anuncios como este: "Mujer, novio muerto, se ofrece para matrimonio con oficial ciego o totalmente mutilado en la guerra". Como señala la autora del libro: "No había otros requisitos previos, como tener sentido del humor o ser divertido. Esta dama no se sentía orgullosa: había perdido a la única persona a la que amaba, y antes que morir solterona, prefería casarse con alguien que la necesitara".
Documentar este durísimo proceso de cambio social es el gran mérito de este libro.

Heredera de esas mujeres que rompieron todos los moldes sociales que querían someterlas es Arundhati Roy. Su famosísima novela, El dios de las pequeñas cosas, no me enganchó, pero su faceta como ensayista me parece muy destacable. Espectros del capitalismo es una inteligente y valiente crítica de las desastrosas consecuencias que el capitalismo tiene sobre las vidas de las personas más vulnerables de la India, y sobre el conjunto del sistema social y político de ese país:
"A medida que el Borbotón hacia arriba concentra la riqueza en la cabeza de un reluciente alfiler sobre la cual hacen cabriolas nuestros multimillonarios, oleadas de dinero embisten contra las instituciones de la democracia -los tribunales de justicia y el Parlamento, al igual que contra los medios-, con lo que se pone seriamente en peligro su capacidad para cumplir las funciones que debían desempeñar".

Y el último libro por hoy: Despertad al diplodocus, de José Antonio Marina. Como seguramente volveré a este libro más adelante, ya que va a ser uno de los más discutidos en los próximos meses, en este momento sólo mostraré mi decepción por la ausencia de cualquier atisbo de análisis estructural del sistema socioeducativo, lo que hace que en demasiados momentos el análisis que pretende hacer Marina se extravíe por los derroteros del voluntarismo o de la individualización. A modo de ejemplo:
"Los últimos estudios realizados por instituciones estadounidenses establecen una relación directa y negativa entre el número de horas que los estudiantes están expuestos a cinco pantallas (televisor, móvil, tableta, ordenador y consola) y sus calificaciones escolares. Pero antes o después encontraremos el modo de aprovechar mejor las nuevas tecnologías en el aula. Por ejemplo, nos van a permitir personalizar los procesos de aprendizaje, de tal manera que cada alumno podrá tener una adaptación del currículo general a sus peculiares características e intereses".

domingo, 18 de octubre de 2015

El arzobispo y el escándalo

Regresando ayer en tren desde Barcelona, alternando lecturas durante las seis horas y media que dura el viaje, di con este párrafo en la novela de Donna Leon Las joyas del Paraíso
Están borrachos de poder, esos hombres que hay en lo más alto. Por favor, no me digas que ya me avisaste. No es la fe más básica lo que me da problemas, porque aún creo en todo: en que Él vivió y murió para que nosotros pudiéramos ser mejores y todo -sea lo que sea ese todo- fuese mejor. Pero no con estos payasos al mando, estos necios que dejaron de pensar hace cien años (hoy me siento generosa y por eso he eliminado un cero de la cifra).
Quien así habla es Cristina, una inteligente mujer veneciana, monja y profesora universitaria.

Lo que escribe Leon podría aplicarse perfectamente a las terribles declaraciones del arzobispo de Valencia, Antonio Cañizares: "¿Esta invasión de emigrantes es todo trigo limpio? ¿Cómo quedará Europa dentro de unos años con la que viene ahora? No se puede jugar con la historia ni con la identidad de los pueblos”
El mismo Cañizares que en 2006 juró bandera en la Academia de Infantería de Toledo.
Clarisimamente, un patriota: que tiene tan claras sus fronteras políticas como confusas sus fronteras morales.



Antes que él ya lo hicieron el entonces cardenal arzobispo de Toledo y primado de España, Francisco Álvarez, y su antecesor en el cargo, Marcelo González Martín. Debe ser lo que se espera del cargo. Si esto lo llegan a hacer -con la senyera- los obispos catalanes.Me parece impresentable.
En su momento publiqué una columna de opinión al respecto en EL PAÍS

 

Tres días después de sus escandalosas declaraciones, a través de un comunicado se ha medio retractado, aunque lo que más claramente ha hecho es denunciar que se siente víctima de un linchamiento y que sus palabras se han manipulado. Pero no, no se han manipulado. Miente, luego no se arrepiente.
¿Linchamiento, dice? Él conoce mejor que yo lo que tres de los cuatro Evangelios (Mateo 18, 6-9; Marcos 9, 42-48; Lucas 17, 1-2) señalan para quienes escandalizan a la gente sencilla (no sólo a los niños) y creyente. Lo de la piedra de molino en el cuello, sí.