jueves, 23 de agosto de 2012

Mens sana in corpore sano

Pues sí: puedo dar por cumplidos mis propósitos de lectura y montaña para este agosto.
En cuanto a lo primero, he disfrutado muchísimo con la emocionante evocación de Erri de Luca en Los peces no cierran los ojos, con la acción y la intriga de las dos novelas de Jo Nesbo (El redentor y Headhunters, aunque en esta última no aparezca el inspector Harry Hole, pedazo de personaje), con la disparatada El abuelo que saltó por la ventana y se largó de Jonas Jonasson (con un protagonista que es un cruce entre Forrest Gump y Mr. Chance), pero también con la durísima Norte de Edmundo Paz Soldán. Incluso, fuera de programa, he podido leer La oscuriad de los sueños de Michael Connelly.

En cuanto a ensayo, he leído Historia de la pobreza en EE.UU. de Stephen Pimpare (interesante, pero un poco demasiado idiosincrático) [1], Las raíces del fracaso americano de Morris Berman (un análisis lúcido y razonado, aunque tan desesperanzado que aboca al inmovilismo) [2], Pensar el siglo de Tony Judt (qué lastima su temprana desaparición, qué lastima) [3] y El mundo de Goran Therborn (reivindicación de la sociología que me llena de ánimo).

[1] "Más de un tercio de los estadounidenses pobres son niños menores de dieciocho años, más del 10% son mayores de sesenta y cinco años y casi el 40% de los adultos pobres son discapacitados: es decir, la mayoría de los pobres son 'dignos' o pobres 'involuntarios' a causa de la ancianidad, la juventud o la enfermedad. Pero cuando oímos hablar de asistencia social, la imagen que nos viene a la mente sigue siendo la de la reina de la asistencia social o la dama de visón, quienes no son más que dos de una larga lista de demonios que los demagogos han utilizado para fomentar entre las clases medias y trabajadoras la oposición a las ayudas, lo que oculta el hecho de que la mayoría de los estadounidenses se beneficiaría de unos programas de asistencia social y sanitaria fiables".

[2] Muy interesante su apunte sobre la transmisión de ideología neoliberal mediante programas televisivos de éxito como el de Oprah Winfrey ("Oprah se presentaba como el epítome de la historia del pobre convertido en rico, cuendo en realidad fue el activismo político negro y el movimiento de los derechos civiles los que hicieron posible su éxito"), así como su reivindicación de Jimmy Carter como un presidente "improbable", cargado de valores de austeridad y sensibilidad medioambiental, impulsado a la Casa Blanca por el desastre de Vietnam y el desconcierto que creo en la población estadounidense, pero prontamente sustituido por un Reagan que, este sí, conectaba con el oportunismo -"¿en qué me beneficia a mí esto?"- que caracteriza y articula el carácter americano. Provocadora también su defensa del Sur secesionista (eso sí, sin esclavismo, si tal cosa fuera posible, que lo dudo) como la única tradición anticapitalista, como la única contracultura seria, que ha existido en Estados Unidos.

[3] "La elección a la que nos enfrentamos en la siguiente generación no es entre el capitalismo y el comunismo, o el final de la historia y el retorno de la historia, sino entre la política de la cohesión social basada en unos propósitos colectivos y la erosión de la sociedad mediante la política del miedo".

Pero, como cantaría Krahe, no todo va a ser leer. He caminado y trepado todo lo que he podido... y más. Peña Prieta, Espigüete (por la arista este), Curavacas, Peña Santa Lucía, Pico del Fraile, Peña Mayor, Alto del Tejo, Pico Cuartas (un metro más alto que el Espigüete, aunque nadie lo diría), Pico Las Lomas, Peña Cueto, Peñas Malas (¡qué arista más preciosa!), Tres Provincias, Pico del Vallejo. Cada vez me gusta más la inmensa variedad de la Montaña Palentina, tan apreciada por el montañismo vasco: por ahí me he encontrado con montañeros de Algorta, Bilbao, Zorroza, Donostia, Mungia, Oñati...












Y aún ha quedado tiempo para hacer de Chita en El Robledal del Oso, para tomar blancos con Sama, Maite, Mikel y Luismari, para disfrutar de las fiestas de agosto... Casi perfecto; casi.

Uno de los platos fuertes de todas las fiestas han sido los fuegos artificiales. Unos minutos antes se apagaban las farolas, y el cielo de alta montaña nos devolvía la mirada de millones de pupilas. Entonces yo deseaba que un fallo técnico nos librara del estruendoso artificio pirotécnico y que de esta manera se nos permitiera disfrutar de la cúpula estrellada... pero nada. Por eso me he identificado mucho con algo que escribe Erri de Luca:
"Nunca me han gustado los fuegos artificiales, su imitación del volcán en llamas. Me intrigaba el asombro que suscitaban, la antigua admiración por el fuego. ¿Por qué a mí no me afectaba? Lo comprendí en la montaña, cuando ví entre las rocas y el bosque mi primera cascada. Me deslumbraba. Me acerqué a su estruendo, me desvestí y me dejé empapar por el polvillo de agua desmigajada. Por dentro pasaba el espectro de un pequeño arco iris. Supe allí que la cascada es maravilla opuesta a los fuegos artificiales. Yo amo la nieve, el granizo y el salto en precipicio de una cascada. Admiro la avalancha, el aire desplazado de un bofetón, el derrumbre de una ladera que se desprende con la carga de nieve. Amo el agua que se sumergen en caída y no el fuego que se abalanza hacia lo alto y quiere elevarse, encabritarse y disgregarse en cenizas".

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