sábado, 8 de agosto de 2009

Merecer el derecho a vivir

FRANCISCO ARANDA. PRESIDENTE DE LA ASOCIACIÓN DE GRANDES EMPRESAS DE TRABAJO TEMPORAL (AGETT)
«A partir de ahora se quedarán en el paro los trabajadores con contrato fijo» [EL CORREO]

En la foto aparece plantado, brazos cruzados, con una media sonrisa pugnando por conquistar su rostro. Al fin y al cabo, él vive de ello. De anuncios como este depende su puesto de trabajo. Su discurso no busca ilustrar sino influir, su lenguaje no es informativo sino performativo. Ejemplo perfecto del teorema de Thomas: "Si una situación es definida como real, es real en sus consecuencias". No le interesa si las cosas son así, lo que desea es que las cosas sean así.

"¿Cree precisa una reforma laboral, tal y como señala la CEOE?", pregunta la periodista.
"Naturalmente -responde-. La gente piensa que es quitar derechos a los trabajadores, pero es justo lo contrario. Se habla de fortalecer la formación y las prestaciones por desempleo. La economía está cambiando: el puesto para toda la vida ya no va a existir. No nos cebemos en eso, dotemos al trabajador del futuro de mecanismos de seguridad para que la temporalidad no sea tan problemática".

Un lenguaje que se asemeja al que Pierre Bourdieu critica magistralmente en su artículo Lo que piensa Tietmeyer:
Sigo leyendo al señor Hans Tietmeyer, pensador de altos vuelos, que se sitúa en la gran tradición de la filosofía idealista alemana: «Es preciso, pues, controlar los presupuestos públicos, bajar las tasas y los impuestos hasta que alcancen un nivel soportable a largo plazo, reformar los sistemas de protección social, desmantelar las rigideces que pesan sobre los mercados de trabajo, porque sólo se logrará entrar en una nueva fase de crecimiento si hacemos un esfuerzo» -el «hacemos» es magnífico- «por flexibilizar los mercados de trabajo». Ya está. El señor Hans Tietmeyer ha llegado a donde quería llegar, y, en la gran tradición del idealismo alemán, nos ofrece un magnífico ejemplo de la retórica eufemística que hoy día es de uso común en los mercados financieros: el eufemismo es indispensable para suscitar una confianza duradera por parte de los inversionistas -que, como debe de haber quedado claro, es el alfa y la omega de todo el sistema economico, el fundamento y el objetivo último, el télos, de la Europa del futuro-, pero evitando cuidadosamente provocar la desconfianza o la ira de los trabajadores, con los que, pese a todo, hay que contar si se quiere lograr entrar en esa nueva fase de crecimiento que se les ofrece como señuelo, pues son los que han de realizar el esfuerzo indispensable para conseguirlo. Y es que, pese a todo, sigue esperándose de ellos ese esfuerzo, aunque el señor Hans Tietmeyer, decididamente convertido en maestro del eufemismo, diga: «desmantelar las rigideces que pesan sobre los mercados de trabajo, porque sólo se logrará entrar en una nueva fase de crecimiento si hacemos un esfuerzo por flexibilizar los mercados de trabajo». Espléndido ejercicio retórico, que podría traducirse así: ¡ánimo, trabajadores! ¡Hagamos entre todos el esfuerzo de flexibilización que se os pide!.

Pero el presidente de AGETT mantiene impasible el ademán y habla de hacer que la temporalidad no sea tan problemática. ¿De verdad cree que es posible desproblematizar la temporalidad? ¿Cómo? ¿Qué está dispuesto a hacer para lograrlo? No nos lo explica.

Si de verdad le preocupa la cuestión debería leer el ensayo de Vivianne Forrester El horror económico:
En este sistema sobrenada una pregunta esencial, jamás formulada: "¿Es necesario 'merecer' el derecho de vivir?" Una ínfima minoría, provista de poderes excepcionales, propiedades y derechos considerados naturales, posee de oficio ese derecho. En cambio el resto de la humanidad, para "merecer" el derecho de vivir, debe demostrar que es "útil" para la sociedad, es decir, para aquello que la rige y la domina: la economía confundida más que nunca con los negocios, la economía de mercado. Para ella, "útil" significa casi siempre "rentable", es decir que le dé ganancias a las ganancias. En una palabra, significa "empleable" ("explotable" sería de mal gusto).
Este mérito -mejor dicho, este derecho a la vida- pasa por el deber de trabajar, de estar empleado, que a partir de entonces se vuelve un derecho imprescriptible sin el cual el sistema social sería una vasta empresa de asesinato.
¿Pero qué sucede con el derecho de vivir cuando éste ya no funciona, cuando se prohibe cumplir el deber que da acceso al derecho, cuando se vuelve imposible cumplir con la obligación? Se sabe que hoy están permanentemente cerrados estos accesos a los puestos de trabajo, que a su vez han prescrito debido a la ineficiencia general, el interés de algunos o el curso de la Historia... todo colocado bajo el signo de la fatalidad. Por lo tanto, ¿es normal o siquiera lógico imponer aquello que falta por completo? ¿Es siquiera legal imponer como condición necesaria para la supervivencia aquello que no existe?

El empleo es el principal mecanismo de inclusión en las sociedades de mercado. La inmensa mayoría de los ciudadanos somos lo que trabajamos; más aún, somos porque trabajamos. Es por mediación del trabajo remunerado (y más particularmente por el trabajo asalariado) por lo que pertenecemos a la esfera pública, consiguiendo así una existencia y una identidad sociales. Es por eso que el trabajo es más que un medio para ganarnos la vida en un sentido puramente económico; mediante el trabajo nos ganamos también la vida en un sentido social, pues con su ejercicio estamos insertos en una red de relaciones e intercambios en la que se nos confieren derechos sobre otros a cambio de nuestros deberes hacia los mismos. De ahí el miedo que provoca la posibilidad de perderlo o, sencillamente, de no encontrarlo. Junto con el empleo no sólo se nos va la fuente socialmente normalizada para participar en la riqueza. Cuando el paro o el subempleo entran por la puerta, la ciudadanía sale por la ventana.
Que no es para sonreirse, vamos.

viernes, 7 de agosto de 2009

El poder del perro

Le había echado el ojo pero no me decidia a comprarlo. La insistencia de Javier me hizo, por fin, llevármelo. Ayer mismo se lo decía: leí las últimas 100 páginas con agonía. Nunca he tenido tantas ganas de terminar un libro, me sentía absolutamente agobiado por el destino de Nora.
En la presentación, Rodrigo Fresán lo describe así:

"El poder del perro es un thriller sanguíneo y sangriento y sanguinario -advertencia: algunas de sus escenas de torturas harían palidecer hasta al más curtido San Peckinpah- con aceitada mecánica de tragedia, donde todos aullan y también usan los dientes, y donde un hombre solo -como aquel perturbado y perturbador príncipe dinamarqués- comprende que hay algo que huele a podrido en México y en sus cercanos y distantes alrededores que, no importa que incluyan hasta el Hong Kong de los traficantes de armas, nunca están lejos".

Es esto y es más, mucho más.

Son tres décadas de historia desgarrada de México (en palabras de Porfirio Díaz, "tan lejos de Dios y tan cerca de Estados Unidos") y de Centroamérica; de operaciones anticomunistas encubiertas -antes yonquis que rojos- en las que se ampara a auténticos monstruos ("Puede que sea un hijo de puta, pero es nuestro hijo de puta", como dijera Roosevelt de Anastasio Somoza); con curas comprometidos y nuncios maquiavélicos, policías corruptos y policías implicados hasta la muerte en la cruzada contra la corrupción; con la mejor colección de malos buenos y de buenos malos que he visto nunca; con un héroe trágico, Art Keller , habitando el lado más salvaje de la vida.

El poder del perro es, sobre todo y de verdad, "una de esas novelas en las que uno se va a vivir mientras las lee" (Fresán). Guau.

miércoles, 5 de agosto de 2009

No hay derrota militar posible sobre el Estado

Leo lo que dice la izquierda abertzale, lo de siempre, y pienso en lo bueno que sería, también para ellos, hacer público de una vez por todas un comunicado distinto. Como este, por ejemplo:

La autodenominada izquierda abertzale, que aglutina a sectores de la antigua Batasuna, ha asegurado que "no hay solución armada ni derrota militar posible sobre el Estado", y ha replicado a ETA que insistir en la vía terrorista "es la mayor contribución a la espiral de confrontación armada".
En esta línea, ha indicado que observa "con preocupación el empecinamiento de ETA en la vía violenta como fórmula para encarar el conflicto político". "Si se quiere plantear honestamente la solución del conflicto en términos democráticos", se debe llegar a la conclusión de que "no hay solución armada ni derrota militar posible sobre el Estado", aseveró.

"Seguir insistiendo en dicha tesis es sencillamente, además de un ejercicio de irresponsabilidad, la mayor contribución a la espiral de la confrontación armada. Los últimos 50 años han demostrado hasta la saciedad que dicha receta es inviable y nefasta para la paz", ha manifestado.
Y a ver qué pasa.

martes, 4 de agosto de 2009

Fotos de presos: la clave está en las víctimas

Interior mantendrá la retirada de símbolos de ETA en las fiestas de las tres capitales
Ordena a la Ertzaintza que cumpla la ley con actuaciones«proporcionadas»

La iniciativa -por fin- del Departamento de Interior del Gobierno vasco de combatir la exhibición de simbología etarra o filoetarra en las calles de Euskadi se ha topado con la cuestión de las fotos de miembros de ETA.
Reclamar el fin de la dispersión o la excarcelación de presos enfermos es lícito. ¿Y hacerlo colocando fotos de presos en lugares públicos?
La ley dirá, pero la sensibilidad más básica dice que tales fotos no deberían estar en nuestras calles.
De la foto hacia adentro cada indidividuo juzgado y condenado por pertenecer a ETA es una historia personal y compleja. Sus motivaciones han podido ser estrictamente políticas, al igual que sus objetivos. Sus acciones deberán ser interpretadas prestando atención a esas motivaciones, si se quiere. Desde esta perspectiva, los presos de ETA no pueden confundirse sin más con otro tipo de criminales.
Pero de la foto hacia afuera un preso de ETA condenado por asesinato no se diferencia en nada de cualquier otro preso condenado por el mismo motivo. La visión de una foto de Txeroki en una calle es igual de ofensiva para sus víctimas que lo que sería la exhibición de fotos de los asesinos de Sandra Palo o de Marta del Castillo.

lunes, 3 de agosto de 2009

El otro traje del PP valenciano

El Tribunal Superior de Justicia de la Comunidad Valenciana ha acordado sobreseer la causa abierta contra Francisco Camps, si bien con el voto discrepante de uno de los tres magistrados responsables de la sentencia. La decisión, en todo caso, va a ser recurrida, por lo que se me antoja que Rajoy debería modular un tanto su alborozo ("¡Ha ganado la justicia, ahora que hable la inquisición!"): una decisión de dos contra uno, siendo además uno de esos dos "íntimo amigo" de Camps no es tan sólida como Rajoy parece creer. Pero animados por el momentáneo triunfo, hay en el PP valenciano quienes parecen dispuestos a intentar hacerse un traje a la medida bastante más ambicioso que los del presumido Camps. Leído en PÚBLICO:

Municipios gobernados por los conservadores eliminan del callejero la denominación País Valenciano.

"¿Quieres que se cambie el nombre de la avenida del País Valenciano?" Esta es la pregunta que el Ayuntamiento de Torrent (Valencia) ha formulado a sus ciudadanos durante el mes de julio. Lo ha hecho a través de una consulta popular: tres urnas, situadas en edificios públicos, han estado a disposición de los vecinos que han querido participar. La papeleta les daba a elegir entre diez nombres propuestos por el Consistorio. También podían sugerir una nueva denominación o pedir que se mantenga la actual.
El gobierno local, del PP, mantiene que se trata de una encuesta diseñada para aumentar la participación ciudadana. Pero la decisión adquiere un cariz político por las connotaciones ideológicas del término que se pretende eliminar del callejero. País Valenciano es el nombre utilizado por la izquierda para aludir a este territorio. Colectivos y partidos políticos desde el PSOE regional hasta IU, pasando por sindicatos y asociaciones culturales y de defensa de la lengua valenciana añaden a su nombre este apellido geográfico.
El término alude también al nacionalismo y los nexos culturales y políticos con Catalunya que la izquierda valenciana defendió durante la Transición: "País es algo más que comunidad, es un territorio con una vertebración propia, con una identidad", explica Marc Candela, del sindicato STE-PV. Por su parte, la derecha regionalista alérgicos a todo lo que tuviera que ver con el vecino del norte apostó por el nombre Reino de Valencia.

Hablamos de Pais Valenciano, ni tan siquiera estamos hablando de los Països Catalans, cosa por otra parte bastante razonable en términos culturales y lingüísticos. En acusado contraste con sus correligionarios valencianos, el PP de Euskadi acaba de aceptar mantener el término Euskal Herria en el currículum educativo vasco como «realidad cultural y lingüística», siempre y cuando no se emplee para referirse a un marco político ni para «adoctrinar y manipular» a los jóvenes. Pero parece que el PP valenciano le ha cogido el gusto a los trajes a medida, a su medida.

En medio de tanta tontería me ha hecho gracia leer que la impulsora de esta iniciativa, la alcaldesa de Torrent, miembro también de la dirección autonómica del PP, se llama María José Catalá. Catalá..., ¿lo pillan? Justicia poética.

domingo, 2 de agosto de 2009

Precariedad laboral, precariedad vital

"Jóvenes, sobradamente preparados, y en paro" (PÚBLICO).

«Sí; caminamos, y el tiempo también camina, hasta que, de pronto, vemos ante nosotros una línea de sombra advirtiéndonos que también habrá que dejar atrás la región de nuestra primera juventud» (Joseph Conrad, La línea de sombra).

Joseph Conrad, el genial autor de obras como Lord Jim, El agente secreto o El corazón de las tinieblas, firma también una narración de fuerte contenido autobiográfico que lleva por título La línea de sombra. En la misma relata las experiencias de su primer mando como oficial en un buque de la marina mercante británica. Esa experiencia supuso para Conrad el momento que marcó su transición de la juventud a la edad adulta, el momento en que atravesó la línea de sombra, “esa región crepuscular que separa la juventud de la madurez”.
En los tiempos en que Conrad escribió sus novelas no era demasiado difícil trazar los límites de esa línea de sombra. Como no lo ha sido a lo largo de todo ese siglo, hasta prácticamente la década de los Noventa. Durante todo ese tiempo el acceso al mercado de trabajo ha sido, como norma, el primer paso por mediación del cual el ciudadano varón de las sociedades industriales se adentraba en esa región crepuscular que separa la juventud de la madurez. Un primer paso casi siempre inexorable, que encadenado a otros pasos –emparejamiento, constitución de hogar independiente, procreación- iba siguiendo un sendero que lo llevaría, finalmente, a ingresar en la edad adulta.
Hoy, por el contrario, se vive en toda su extensión un fenómeno descrito por Alfonso Moncada en 1979 y al que denominó la adolescencia forzosa. Años antes, como recuerda José Luis López Aranguren en La juventud europea y otros ensayos, Julián Marías se refería al mismo fenómeno como a “una anormal prolongación de la etapa juvenil [como consecuencia de que] la independencia económica suficiente para contraer matrimonio o establecerse y vivir por cuenta propia, suele llegar tarde”.
Desde una perspectiva sociológica, la juventud puede ser considerada como un tiempo de espera hasta el ingreso en la edad adulta. En nuestra sociedad, el ingreso en la edad adulta viene señalado por la asunción de una cuádruple responsabilidad: a) productiva, mediante el acceso a un estatus ocupacional, laboral o profesional estable; b) conyugal, mediante la formación de una pareja sexual estable; c) doméstica, mediante la constitución de un domicilio autónomo; y d) parental, mediante la procreación. Estamos hablando, por supuesto, no de la asunción efectiva de estas responsabilidades, sino de la posibilidad real de asumirlas si así se desea. La juventud, entonces, no es sino la duración de un tiempo de espera: el tiempo que transcurre desde la pubertad hasta el momento de poder asumir esas cuatro responsabilidades. De ahí que se considere joven a la persona fisiológicamente madura que no posee todavía ocupación remunerada estable, cónyuge estable, domicilio propio estable..., es decir, que carece de responsabilidades sociales, pero que aspira a tenerlas.
Hay una cuestión que condiciona absolutamente la posibilidad práctica de ese cambio de estatus social que supone el paso de la juventud a la edad adulta: al acceso a un trabajo remunerado estable. Esta es la condición para poder plantearse en libertad la formación de una pareja, la constitución de un hogar independiente o la procreación. Es por ello que puede que para una determinada generación la juventud no termine nunca, pues nunca podrán acceder a un puesto de trabajo estable que les abra las puertas a la asunción libre de responsabilidades sociales: desde esta perspectiva, serán "jóvenes" de 30, 40 años...
Porque lo cierto es que el mercado de trabajo, en la actualidad, no hace sino extender y alargar esa línea de sombra a la que hacíamos referencia. Se crea empleo, sí, pero la temporalidad marca la pauta. No resulta difícil que un joven acceda a un empleo, sí, pero es casi siempre un empleo precario, que de ninguna manera permite sentar las bases económicas que permitan asumir las responsabilidades que la vida adulta conlleva.