viernes, 1 de julio de 2016

¿Quién le hacía la cena a Adam Smith?

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¿Quién le hacía la cena a Adam Smith? Una historia de las mujeres y la economía
Katrine Marçal
Debate-Penguin Random House, Barcelona, 2016, 224 p.


Si la pregunta fundamental de la economía es, según Katrine Marçal “¿cómo llegamos a tener nuestra comida en la mesa?”, Adam Smith ha pasado a la historia como la persona que halló la respuesta definitiva.
En sociedades crecientemente complejas como la nuestra, los procesos de producción, elaboración, distribución y apropiación de los bienes y servicios que consumimos a diario constituyen una extensa intrincada red de acciones coordinadas que abarca todo el planeta.¿Qué es lo que cohesiona todos estos procesos? La respuesta de Smith es bien conocida: “No es la benevolencia del carnicero, el cervecero, o el panadero lo que nos procura nuestra cena, sino el cuidado que ponen ellos en su propio beneficio. No nos dirigimos a su humanidad sino a su propio interés, y jamás les hablamos de nuestras necesidades sino de sus ventajas” (La riqueza de las naciones, Alianza, Madrid 2014, p. 46). Es el interés de todas y cada una de las personas que participan de tales procesos el que hace que el conjunto funcione correctamente, sin necesidad de que nadie tenga que planificar el conjunto.
Pero resulta que Smith pasó toda su vida cuidado por su madre viuda, Margaret Douglas, y su prima soltera, Janet Douglas. Dos mujeres dedicadas devotamente a Smith, de manera que este pudiera dedicarse en cuerpo y alma a desarrollar su muy influyente obra. Esa partir de este hecho, conocido y citado en todas las biografías de Smith, pero reducido a anécdota sin mayor trascendencia, que Katrine Marçal enfoca su trabajo y logra su mayor acierto. “Cuando Adam Smith se sentaba a cenar –escribe Marçal-, pensaba que si tenía la comida en la mesa no era porque les cayera bien al carnicero y al panadero, sino porque estos perseguían sus propios intereses por medio del comercio. Era, por tanto, el interés propio el que le servía la cena? Sin embargo, ¿era así realmente? ¿Quién le preparaba, a la hora de la verdad, ese filete a Adam Smith?”. La respuesta de Marçal es esta: “Adam Smith logró responder la pregunta fundamental de la economía sólo a medias. Si tenía asegurada la comida no era sólo porque los comerciantes sirvieran a sus intereses propios por medio del comercio. Adam Smith la tenía también asegurada porque su madre se encargaba de ponérsela en la mesa todos los días”. Considero que la mejor aportación del libro que reseñamos estriba en esta capacidad de partir de un dato biográfico aparentemente irrelevante para revisar críticamente los fundamentos normativos de la disciplina económica.
A partir de este planteamiento, expuesto de manera tan atractiva en el primer capítulo, el libro se despliega en 15 capítulos más, en los que reflexiona sobre las razones culturales del éxito del individuo económico como tipo ideal (caps. 2 y 6), la exclusión de la mujer de este imaginario económico (caps. 3, 5 y 15), las consecuencias negativas, en forma de desigualdad, explotación e irracionalidad, de esta lógica económica (caps. 4, 7, 11 y 16), la importancia y persistencia de los comportamientos y valores “no económicos” (caps. 8, 9 y 10) y la crítica del individuo plenamente competitivo e independiente sobre la que se construye el imaginario económico dominante (caps. 12, 13 y 14).
La mirada a la que nos invita Marçal actúa como marco que desnaturaliza el paradigma económico dominante y desvela sus fundamentos en última instancia imposibles, por reduccionistas, si no es mediante la ocultación de esa “segunda economía” que, al igual que ocurre con el “segundo sexo”, existe y actúa siempre a la sombra de esa “primera” economía -realmente única economía- productiva, mercantil y patriarcal. “Se mire por donde se mire –concluye Marçal-, el mercado se basa siempre en otro tipo de economía. Una economía que rara vez tenemos en cuenta”. Como escribiera Simone de Beauvoir: “Eso es lo que caracteriza fundamentalmente a la mujer: ella es lo Otro en el corazón de una totalidad cuyos dos términos son necesarios el uno para el otro” (El segundo sexo, Siglo Veinte, Buenos Aires, 1969 p. 22). Pero de esta necesidad no se deriva nada que se parezca a un intento de complementariedad, mucho menos a un horizonte de mixticidad que disuelva fronteras casi nunca naturales.
Jefa de opinión del periódico sueco Aftonbladet (La Hoja de la Tarde), el más leído de Suecia, fundado en 1830 y de orientación socialdemócrata, cada capítulo está escrito con un estilo ágil y directo. No es un libro que nos descubra nada que no sepamos ya gracias al trabajo desarrollado desde hace años por investigadoras como María Ángeles Durán, Constanza Tobío, Cristina Carrasco, Capitolina Díaz, Teresa Torns, Mary Nash o Cecilia Castaño, por citar sólo a algunas de las científicas sociales que en el ámbito español han sido esenciales para la reconstrucción de nuestro campo científico con perspectiva de género. Pero el libro de Marçal sí consigue transmitir con claridad una idea: que la economía demediada constituida en modelo dominante es un trampantojo que sólo funciona si nos olvidamos de la madre de Adam Smith.


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