viernes, 11 de marzo de 2016

Hace doce años, otro 11 de marzo

El horror, el horror
El País, 12 marzo 2004
http://elpais.com/diario/2004/03/12/paisvasco/1079124001_850215.html

"Madrid es una ciudad con más de un millón de cadáveres". Ese primer verso terrible con el que Dámaso Alonso inicia su poemario Hijos de la ira fue ayer verdad. Eran decenas los asesinados en Madrid a lo largo de los años y ayer, de un día para otro, fueron ya centenares. Madrid es, después de tantas discusiones al respecto, el destino, trágicamente adecuado, para el Guernica de Picasso. Madrid es, y será ya para siempre, una ciudad-mártir, ensangrentada por la acción brutal de otros legionarios igualmente buitrescos.
¿Legionarios vascos, en esta ocasión? Vascos, sí, lehendakari, no se engañe. Vascos son (o podrían serlo, si nos sometemos a la cautela disciplinaria de la presunción previa a la reivindicación) los autores de la matanza. No serán (no serían), nadie puede decirlo, asesinos por el hecho de ser vascos; pero no por ser asesinos dejan de ser lo que son. Alimañas, dice usted; se lo acepto, pero a condición de recordar el viejo dicho: cría cuervos, y te sacarán los ojos.
Trece explosiones, ciento noventa muertos (por ahora) y más de mil doscientos heridos. Otro día 11, esta vez de marzo, quedará señalado para siempre en el calendario universal de la infamia. Nos resistimos a asumirlo como un hecho, como un signo transparente, diáfano y unívoco en su brutal sencillez.
Bien está que nos rebelemos contra la inmediatez del horror; bien está que no nos entreguemos, sin lucha, al asco y a la pena. Pero no caigamos en el error de transformar en metarrelato un vil asesinato en masa. No enturbiemos la nitidez de este hecho procediendo a hacer lecturas más o menos complejas de lo que no es más que un atentado criminal, salvajemente simple: por qué en este momento, por qué en ese lugar, por qué a esas personas.
Hermeneutas voluntarios de un monstruo que sólo habla por sus actos, hay quienes distinguen entre el impacto electoral de las posibles autorías (si ETA o si Al Qaeda) de esta masacre. Hay otros que, asumiendo como probable que sea obra de ETA, intentan escuchar, tras el estruendo de la explosión, otro mensaje, otras palabras: palabras de consuelo (es el Omagh de ETA), palabras de disculpa (no tienen nada que ver con nosotros), palabras.
Sobre todo, por encima de todo, no sucumbamos a la indignidad de plantear, ni siquiera como hipótesis, que hay modus operandi y modus operandi, que la masacre de Madrid es cualitativamente distinta de la masacre de Hipercor. Si finalmente no fuera obra de ETA (escribo a las 12.30 horas del mismo día 11), lo sería sólo porque de hecho no lo ha sido, no porque no pudiera serlo.
La novela de Joseph Conrad El corazón de las tinieblas finaliza cuando la prometida del protagonista, el desequilibrado y oscuro Kurtz, pregunta a la persona que le acompañó hasta el momento de su muerte cuáles fueron sus últimas palabras:
"Repítalas -murmuró en un tono acongojado-. Quiero..., quiero... algo..., algo... con... con lo que vivir".
Estuve a punto de gritarle: "¿No las oye?" El crepúsculo las estaba repitiendo en un persistente susurro a nuestro alrededor, en un susurro que parecía hincharse amenazadoramente, como el primer susurro de un viento que se levanta. "¡El horror! ¡El horror!".
"Su última palabra... con la que vivir -insistió-. ¿No comprende usted que yo le amaba?... Le amaba. ¡Le amaba!".
Reuní todas mis fuerzas y hablé despacio. "La última palabra que pronunció fue... su nombre".
Hay quienes han creído, durante mucho tiempo, que había un nombre tras el horror de ETA: Euskal Herria, autodeterminación, conflicto político, contencioso histórico. Confiaban en que dicho nombre les permitiría mitigar la bárbara dimensión de todas y cada una de sus acciones. Algo con lo que vivir. ¿Seguirán creyéndolo hoy?
El horror, el horror. Estas son las últimas palabras de ETA. Fueron también las primeras. Muchos no las escucharon entonces. Tal vez ahora...


¿Alivio de qué?
El País, 16 marzo 2004
http://elpais.com/diario/2004/03/16/paisvasco/1079469603_850215.html

El terrorismo y su inmensa capacidad de convertir en verosímil hasta lo más inverosímil. Si hace unos días alguien hubiese pronosticado un atentado como el de Madrid, nadie lo hubiera considerado creíble. Pero se produjo, y durante unas horas todos -todos- pensamos que ETA había logrado, después de tantos intentos frustrados, hacerse presente antes de las elecciones con su mensaje de muerte. Un pensamiento, por lo demás, muy lógico: es ETA quien suministra implacablemente a esta sociedad su dosis de terror, desde hace años en régimen de exclusividad.
Nadie hubiese pensado, unos días antes, que ETA podía cometer una matanza como esa. Pero, una vez reventados los trenes, el recurso al "salto cualitativo", cuando no al más pedestre "esta vez sí que se han pasado", lo hizo verosímil. Todo eso de que ETA siempre avisa, de que no comete atentados indiscriminados, todo eso del modus operandi no eran sino aberrantes frivolidades de quienes pretenden encubrir su déficit de humanidad con una endeble capa de etología. Luego se empezó a decir que podía ser obra de Al Qaeda. De nuevo, lo que un momento antes hubiera resultado inverosímil se tornó verosímil. Es, como decía, lo que tiene el terrorismo: que vuelve creíble lo increíble mediante el simple y expeditivo recurso de hacerlo realidad. Y en esas estamos: sabiendo que es posible -lo hemos visto- cometer una masacre y esperando sólo a conocer con certeza la identidad de los masacradores. Ahora bien: ¿importa mucho la identidad del carnicero? Un momento: no digo que no sea importante conocer, tan pronto como sea posible, todos los datos sobre el quién y el cómo (el por qué es, en cualquier caso, irrelevante) de la matanza. Debe aclararse la autoría para no hundirnos definitivamente en este caldero de brujas, en esta olla podrida en que el Gobierno del PP ha convertido la política antiterrorista.
Pero no amorticemos tan pronto la angustia, la tensión, la vergüenza incluso que tanto sentimos el jueves por la mañana. No nos quitemos el peso de encima con tanta facilidad, todavía no. Aun si finalmente resultara que sólo Al Qaeda sea responsable directo de la matanza (y subrayo lo de sólo y lo de directo, pues el terrorismo es ya un hecho global, un rizoma monstruoso en el que las partes acaban siendo indistinguibles del todo). Por favor, no permitamos que lo único bueno que podemos sacar de esta terrible tragedia se pierda.
En ese 11-M que ya nunca olvidaremos, nos dimos de cara con el monstruo. Horrorizados, contemplamos de lo que es capaz. Tal vez porque, como escribiera Albert Camus, la humanidad nos gusta sangrante, como los chuletones, por unas horas nos sentimos, en cuanto vascos, radical y personalmente implicados en la tragedia. Esto es enormemente significativo: creo que por primera vez nos sentimos, de alguna manera, corresponsables de un atentado cometido por ETA. Nos avergonzó que tanta gente fuera asesinada en nuestro nombre. Fue tan grande el impacto que, a diferencia de otras ocasiones, imposibilitó cualquier distanciamiento.
¿Por qué antes sí fue posible este distanciamiento? ¿Volverá a serlo si ETA comete otro atentado? Son preguntas que nunca dejarán de atormentarnos. En cualquier caso, el que no sean terroristas vascos los autores del atentado nos hace sentirnos aliviados. No nos abandonemos a esta agradable sensación. Si ETA no lo ha hecho, podría haberlo hecho. Si no lo ha hecho ayer, podría hacerlo mañana. Si no lo ha hecho así, de un solo golpe, lo ha hecho ya día a día, año a año, superando con mucho las cifras de muertos, heridos, huérfanos, viudas, provocados por la masacre de Madrid.
El jueves nos encontramos cara a cara, algunos por primera vez, con la verdadera faz del monstruo.

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