domingo, 26 de julio de 2015

Después de matar a un ruiseñor


"En Maycomb existía ciertamente un sistema de castas..." (Harper Lee, Matar a un ruiseñor).

Ayer leí de una sentada Ven y pon un centinela, la muy discutida novela de Harper Lee. Abrí el libro con muchas reservas, con temor incluso. Todo en la peripecia que hay tras su edición me sonaba extraño. Se trataba, según parece, de una primera versión que, tras ser revisaba por un editor fue devuelta a Harper Lee para que la reescribiera, centrándose en los pasajes en los que Scout recuerda su infancia (que también aquí son memorables), reescritura de la que saldría Matar a un ruiseñor. Desaparecida su autora de la vida pública desde 1964, el manuscrito de aquella primera novela estuvo olvidado en un cajón hasta que lo descubrió una abogada, que convenció a una muy anciana y enferma Harper Lee de que merecía la pena publicarlo ahora ... Todo me sonaba a montaje para sacar un buen dinero jugando con la fama de Matar a un ruiseñor.
Y luego estaba el tema de Atticus: ¿cómo se le podía presentar como un sureño prejuicioso y racista? Pese a todo, empecé y terminé la novela y me emocioné con ella, no tanto como con su hermana mayor, pero sí lo suficiente como para recomendar su lectura.

Me ha gustado mucho la interpretación que de esta obra hace el historiador Joseph Crespino en un artículo publicado hoy por EL PAÍS con el título "Atticus Finch da clases de historia": "El Atticus Finch de Matar a un ruiseñor siempre fue un personaje abrumado. En 1960, cuando se publicó la novela, el Sur acababa de poner fin a una década de reacciones feroces. ¿Dónde estaban los sureños blancos decentes, se preguntaba mucha gente, capaces de dirigir la región en esos tiempos de crisis? Atticus Finch, estoico y con conciencia cívica, dio esperanza a los estadounidenses. Pero el precio de ese consuelo fue dar respuestas fáciles a problemas complejos. Independientemente de sus fallos como obra de ficción, ampliamente afeados por la crítica, Ve y pon un centinela aporta a Atticus Finch una complejidad moral y política que era muy necesaria".

Creo que Crespino da en el clavo. Atticus parece haber cambiado hasta traicionarse, pero tal vez no sea así. Tal vez, simplemente, sea imposible ser un Atticus a lo largo de toda una vida."¿Quieres que tus hijos vayan a una escuela que haya bajado el nivel para integrar a niños negros?". Atticus no es un racista del Klan, a quienes por otra parte rechaza. Atticus no acepta que se use la violencia contra los negros. Pero, como les ocurre a tanto multiculturalistas de clase media, prefiere mantener las distancias.

La que no ha cambiado es la maravillosa Scout. Su alegato contra el racismo paternalista de su hasta ese momento venerado padre ("Han progresado muchísimo en lo que respecta a adaptarse a las costumbres de los blancos, pero aún les falta mucho camino por recorrer. Iban bien, avanzando a un ritmo que eran capaces de asimilar, y nunca había habido tantos que pudieran votar. Entonces llegó la NAACP con sus exigencias estrafalarias y sus lamentables ideas de gobierno...", se defiende un acobardado y desconocido Atticus) alcanza dimensiones dramáticas:

"Estamos de acuerdo en que están atrasados, en que son analfabetos, en que son sucios y ridículos y vagos y unos inútiles, en que son como niños, en que son estúpidos, algunos de ellos, pero no estamos de acuerdo en una cosa y nunca lo estaremos. Tú niegas que sean humanos. [...] Tú les niegas la esperanza. Cualquier hombre en este mundo, Atticus, cualquier hombre que tenga cabeza, brazos y piernas, nació con esperanza en el corazón. Eso no vas a encontrarlo en la Constitución, yo lo aprendí en la iglesia, en alguna parte. Son personas sencillas, la mayoría de ellos, pero eso no les hace menos humanos. Tú les estás diciendo que Jesús los ama, pero no mucho. Estás utilizando medios perversos para justificar unos fines que, según tú, redundan en el bien de la mayoría. Tus fines bien pueden ser correctos (me parece que yo también creo en ellos, pero no puedes usar a las personas como si fueran peones, Atticus. No puedes. Hitler y toda esa panda de rusos han hecho algunas cosas buenas por su países, pero de paso han masacrado a decenas de millones de personas... [...] Tú no eres mejor que él. Maldita sea, no lo eres. Solo intentas aniquilar sus almas, en lugar de sus cuerpos".

Un Atticus humanizado y una Scout superlativa: es lo que cabía esperar a partir de su relación paterno-filial en Matar a un ruiseñor. Una esplendorosa y esperanzadora evolución de Atticus, que tal vez fuera un humanista racional, pero que ahora se ve superado por su hija, humanista visceral, ciega para los colores: "Eres daltónica, Jean Louise -le dice su tío Jack al final del libro-. Siempre lo has sido y siempre lo serás. Las únicas diferencias que ves entre un ser humano y otro son diferencias de aspecto, de inteligencia, de carácter y esas cosas. Nunca te han empujado a mirar a la gente como raza, y ahora que la raza es el tema candente, sigues siendo incapaz de pensar en términos de raza. Tú solo ves personas". Un daltonismo que es lo opuesto al racismo color-blind de su padre, construido sobre las supuestas limitaciones culturales de la población negra.

Mientras escribo este comentario escucho la música compuesta por Elmer Bernstein para la película dirigida por Robert Mulligan. ¡Qué maravilla de música, de película y de novelas! ¡Quién pudiera descubrirlas por primera vez este verano, como cuando Jean Louise Finch conoció Maycomb, esa "población antigua y fatigada", por primera vez ... Así que he decidido volver a leer Matar un ruiseñor, más que nada para volver a vacunarme contra ese Atticus ambiguo que yo también llevo dentro.






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