viernes, 26 de marzo de 2010

San Guggenheim de Urdaibai

"La experiencia Guggenheim Bilbao ha sido positiva. La experiencia Urdaibai ha sido positiva. Si unimos positivo y positivo obtendremos positivo". Es la conclusión de la Plataforma Guggenheim Udaibai Gu bai.





Bueno, qué quieren que les diga. No es por hacer el Van Gal -"¡tu nunca positivo, siempre negativo"!- pero como imagen conclusiva vale más bien poco.

Hay sumas de positivos que al final son un marrón: imagínense dar positivo no en uno, sino en dos controles de alcoholemia o antidoping.

Y luego están los polos de los imanes: ya saben lo que ocurre cuando se intentan unir dos imanes por sus polos positivos...

"Si unimos positivo y positivo, obtendremos positivo".

Ya sé que no es más que una frase; un intento de resumir una esperanza, una apuesta, una confianza, un deseo...

Pero seguramente el tema en cuestión exige algo más que jaculatorias.

lunes, 22 de marzo de 2010

A grandes engaños, grandes esperanzas

Obama logra su primera gran victoria al sacar adelante su reforma sanitaria
La Cámara de Representantes da luz verde al proyecto legislativo más ambicioso del presidente estadounidense - "Es una victoria para el pueblo americano", recalcó
[EL PAÍS].





En su libro El gran engaño, Paul Krugman resume brillantemente la que, en su opinión, debía ser la mentalidad dominante en la Administración Bush: “Por supuesto, ahora vivimos en los que George W. Bush llamó la «época de la responsabilidad individual»: si un niño elige tener unos padres que no pueden permitirse la atención sanitaria, ese niño habrá de enfrentarse a las consecuencias de su elección”.

En efecto, durante décadas millones de niños estadounidenses han tenido que afrontar las consecuencias -muchas veces trágicas- de haber elegido unos padres que no podían permitirse pagar de su bolsillo la atención sanitaria. Y el Medicaid no ha podido remediar esta tragedia.
Incluso el cine más rabiosamente comercial se ha ocupado del asunto: recordemos la película John Q, protagonizada por Denzel Washington. O recordemos Sicko, de Michael Moore.

Hoy merece la pena releer el libro de Krugman, en particular su análisis sobre la voluntad "revolucionaria" -o revolucionaria-involucionaria, si se quiere- del movimiento de la derecha norteamericana que aupó al poder a un presidente tan inverosimil como Bush hijo (y a Bush padre, y en su momento a Bush espíritu santo, o sea Reagan). La revista Claves de Razón Práctica publicó en su nº 140 (marzo 2004) fragmentos del prefacio y la introducción. Aquí van algunos párrafos. Y sí, la esperanza de Krugman parece haberse cumplido. Al menos en esto. Que no es todo, pero que tampoco es poco.


A mí me resulta evidente que habríamos de considerar el movimiento de la derecha norteamericana –la cual, a día de hoy, controla de hecho el ejecutivo, las dos cámaras del Congreso, gran parte del poder judicial y la mayoría de los medios de comunicación– un poder revolucionario en el sentido que le dio Kissinger. En otras palabras, se trata de un movimiento que no acepta la legitimidad de nuestro sistema político actual.
¿Exagero la cuestión? En verdad, existen pruebas abundantes de que personas clave en la coalición que hoy gobierna el país piensan que algunas arraigadas instituciones políticas y sociales norteamericanas no deberían, en principio, existir, así como tampoco aceptan las normas que los demás asumimos.
Consideremos, por ejemplo, el Estado de bienestar tal como lo conocemos: los programas del new deal (1), como la Seguridad Social y el seguro de paro, y los de la Gran Sociedad, como el Medicare (2). Si leemos los textos provenientes de la Heritage Foundation, institución que está al frente de la ideología económica del Gobierno Bush, nos encontramos con un proyecto muy extremista: esa institución no sólo quiere acabar con los programas del New Deal y de la Gran Sociedad sino que considera la misma existencia de éstos como una violación de sus principios básicos.

5. No crea que existen límites para los objetivosde un poder revolucionario.
Cuando se presentó el recorte de impuestos de 2001, muchos moderados minimizaron su importancia, considerándolo una pequeña reversión de las subidas de impuestos de la década de 1990; incluso si discrepaban de la medida, supusieron que no era una mala idea permitir que Bush consiguiera lo que quería. Cuando las proyecciones del presupuesto empleadas para justificar los recortes demostraron ser en exceso optimistas, los moderados instaron al Gobierno a reconsiderar sus planes, creyendo que les escucharía y se llegaría a un acuerdo. El Gobierno respondió proponiendo bajadas impositivas adicionales, y a los senadores que habían votado a favor en la primera ronda de recortes les resultó difícil explicar las razones por las que se oponían a más de lo mismo.
Sólo ahora, la opinión respetada empieza a reconocer que el objetivo real del Gobierno ha sido, desde el principio, eliminar la tributación de las rentas del capital y reducir drásticamente, cuando no suprimir, la progresividad del sistema tributario; y que el aplacamiento inicial de los moderados eliminó el principal obstáculo para la consecución de esos fines. Además, no estoy seguro siquiera de que la desaparición de los impuestos sobre el capital y el cese de la progresividad fiscal sobre los salarios marquen el límite de las ambiciones gubernamentales. ¿Suprimir impuestos, cualquiera de ellos?
De forma análoga, unos cuantos moderados apoyaron la guerra contra Irak, tomándola como una medida excepcional para hacerle frente a un dictador brutal y peligroso. Pero cada vez resulta más claro que el núcleo del Gobierno considera esa guerra nada más que como el comienzo de la “doctrina Bush”, según la cual el poder de Estados Unidos se empleará con agresividad en gran parte del mundo. Y, una vez dado el primer paso, les resulta difícil a los moderados explicar por qué no respaldan el derrocamiento de otros dictadores. Pax Americana, ahí vamos.
Debe haber límites en alguna parte a lo que la derecha en verdad intentará llevar a cabo. Es posible que nos conduzca a un sistema tributario en el que los pobres paguen una proporción más elevada de su renta que los ricos, pero no puede llevarnos a uno en el que los ricos paguen efectivamente menos que los pobres... ¿o sí? Es posible que el enfrentamiento se extienda de Irak a Siria e Irán, pero no es posible amenazar con una fuerza militar a países que ya son democráticos... ¿o sí?
No sé hasta dónde va el plan de la derecha, pero he aprendido a no dar nunca por sentado que se la podrá apaciguar a través de concesiones parciales. Los analistas que previeron que el Gobierno Bush se moderaría se han equivocado de forma sistemática. Kissinger, otra vez: “La esencia de un poder revolucionario consiste en ser consecuente con sus convicciones, y en estar dispuesto a llevar, incluso con impaciencia, su ideario hasta su realización definitiva”.
Así que esto es lo que hay. Sospecho que a muchos lectores, pese a todo lo ocurrido, éste les parecerá un cuadro alarmista. Como escribió Kissinger: “A los que avisan del peligro, se los toma por alarmistas; a los que aconsejan adaptarse a las circunstancias, se los considera equilibrados
y sanos”. Pero, hasta ahora, los alarmistas han tenido razón en todas las ocasiones. ¿Qué podemos hacer?
Cada vez más personas empiezan a darse cuenta de la seriedad de la situación. Quizá fuera Andy Rooney, del programa 60 Minutes de la CBS, quien lo expuso mejor: “La única noticia realmente buena será que ha terminado esta época terrible de la historia norteamericana”. ¿Qué hacer para que esa buena noticia se adelante?
Para albergar esperanzas de que ocurra un cambio de sentido, uno ha de que creer que la mayoría de los norteamericanos en realidad no apoya el programa de la derecha; que el país en su conjunto es más generoso, más tolerante y menos militarista que aquellos que hoy lo gobiernan. Y pienso que eso es verdad; si no fuera por lo bien que la derecha oculta sus objetivos y hace alarde de patriotismo, creo que la mayor parte de los estadounidenses mostraría una fuerte disconformidad con la dirección que está tomando el país.
Tengo el sueño –quizá sólo la esperanza– de que ocurra una gran reacción: de que el pueblo norteamericano constate lo que está sucediendo, se dé cuenta de que han abusado de su patriotismo y su buena voluntad y ponga fin a esta ofensiva de destrucción de gran parte de lo mejor que tiene este país. Cuándo y cómo llegará este momento, no lo sé. Pero algo está claro: eso no sucederá a menos que todos nos esforcemos por ver y contar la verdad de lo que está pasando.

(1) New deal: Serie de medidas políticas promulgadas en la década de 1930 por el presidente Franklin D. Roosevelt para promocionar la recuperación económica y las reformas sociales.
(2) Medicare: Servicio de asistencia sanitaria federal que cubre parcialmente los costes del tratamiento médico y hospitalización de los jubilados (mayores de 65 años), enfermos renales y disminuidos físicos o psíquicos, aunque no atiende a los pacientes de larga duración ni facilita todos los servicios sanitarios.